Capítulo 1: El Jacinto Ficticio
Garavani
Dicen que el primer amor nunca se olvida, y hasta ahora esa teoría parece ser cierta. De hecho es tan acertada que no me he podido enamorar de nuevo por mucho que intente fijarme en alguien más, pues en cada nueva persona veo algo del amor que perdí. Veo detalles mínimos en los lugares menos pensados.
Recuerdo por qué empecé a escribir poesía, tan claramente como si recién hubiera pasado. En ese momento fue mi escape, una manera de hacerle saber que mi corazón le pertenecía aunque no se lo pudiera decir. A decir verdad, me da miedo que piense que olvidé todo lo que pasó entre nosotros, y se resienta conmigo al punto de no aparecer en mis sueños como acostumbra.
Pensar en eso me hacía querer gritar, aunque eso no sería buena idea teniendo en cuenta que literalmente estoy de pie sobre el techo de mi edificio y si grito pareceré desquiciado. Entonces opté por sentarme a la orilla de este dando por seguro que no me caería por accidente, aunque de hecho no importaba.
"¡Bájate de ahí, Apolo!" habría dicho mi madre al verme en esta situación. Tal vez me maldijo al ponerme este nombre, ella conocía bien su significado... Apolo era conocido por ser un poeta sin arreglo, alguien lleno de luz y con un gran corazón, que estaba condenado a no encontrar quién lo amara. Yo soy Apolo, no el asombroso dios, sino un simple mortal con mala suerte en el amor, pura coincidencia.
Como el Apolo original, yo también tuve un Jacinto. No, no murió por culpa de un frisbee volador, eso habría sido trágicamente divertido a decir verdad. A mí me quitaron a mi Jacinto, y lo peor de todo es que siento que es culpa mía. Yo sabía que pasaba, yo podía arreglarlo, y lo único que hice fue hacerme el tonto y rogar por que algún día el mismo lograra salir de ese agujero, y me tendiera su mano para salir yo también.
Tal vez me aferré demasiado a ese deseo, esperando que se cumpliera.
En cambio, aquí me encontraba. Empecé a tararear una canción que escuché sin querer y no se me despegaba de la cabeza, mientras miraba la puesta de sol con las piernas colgando en lo alto del edificio. La gente de abajo se veía diminuta, y no parecían notar mi presencia. Puede que no les importe lo suficiente como para hacer un escándalo.
Como no conocía la canción completa pronto dejé de tararear, y solté un largo suspiro. El aire que se respiraba aquí era diferente, era puro. Cerré los ojos y respiré profundo, sintiendo el viento en mi cara y un reconfortante frío recorrer mi cuerpo. Mis manos se aferraron a mis jeans y la canción volvió a mi mente. Esta vez la canté en serio. Cuando olvidé la letra volví a callar, y una pequeña sonrisa se formó en mi rostro pero pronto desapareció. Me puse de pie de nuevo y miré abajo con mil pensamientos en la cabeza, pero algo los interrumpió.
—Linda voz. —dijo una persona detrás de mí, logrando que yo diera un respingo.
Al darme la vuelta, estaba un joven que parecía mayor que yo por tan solo un par de años. Estoy seguro que mis mejillas se tornaron de un color rojizo. Llevaba una sudadera negra con unos jeans holgados, su cabello negro ondeando con la brisa y dejando ver el piercing en su oreja izquierda. Pero nada de eso me importó demasiado, pues el tiempo se detuvo al entrelazar sus ojos con los míos.
Eran verdes, pero en realidad no sabría explicar su color auténtico. La luz anaranjada que brindaban los últimos minutos de sol los hacía brillar. ¿Alguna vez te has fijado en el color del mar en la orilla? Pues eso es lo más cercano al color de sus ojos. No pude evitar pensar que conocía esos ojos, y sin aliento, aparté la mirada y murmuré un apenas audible "Gracias", demasiado apenado como para responder apropiadamente. Hubo un silencio corto, algo incómodo, hasta que volvió a hablar.
—No deberías jugar en el borde del techo. ¿Sí sabes que los humanos no hemos alcanzado la inmortalidad, cierto? — dijo con un toque de risa en su voz, mientras se cruzaba de brazos y me miraba de arriba abajo. —Baja de ahí.
—Estoy bien, no debería preocuparse. ¿Quién es usted? — pregunté de la manera más cortés posible, no quería sonar grosero frente a un desconocido quién increíblemente se preocupaba por mí.
—Te lo diré si bajas.
Rodé los ojos y bajé a regañadientes, acercándome lentamente a él como si esperara que me hiciera a un lado. Para mi sorpresa, él se acercó también y me miró divertido. ¿Acaso esta situación le parecía graciosa? Había algo en el tan fantasioso que me hacía sentir como si él fuera el príncipe y yo la dama en apuros.
—Ya he bajado, ahora me gustaría saber su nombre. — continué, genuinamente curioso.
—Yo quiero saber el suyo. — dijo él.
Es bueno, pero de verdad quiero saber el nombre del joven ojos de cristal.
—Me llamo Apolo. — finalmente dije, esperando que sus siguientes palabras fueran su nombre y un "¿Te gustaría ir por un café?"
—Como el dios. ¿Ahora me dirá que es poeta y perdió al amor de su vida? — dijo sarcásticamente, completamente ignorante al hecho de que me describió de la manera más acertada posible.
—¿Es usted un psíquico? — pregunté divertido. Ver su expresión no tenía precio, pues por una fracción de segundo se le notó confundido, más luego se echó a reír.
—Vaya, debo de estar hablando con el verdadero Apolo entonces. Seguro me convertiré en el oráculo de Delfos.
Yo reí también, no porque haya dicho algo gracioso, sino porque su risa era tan contagiosa como un resfriado. Él pronto dejó de reír, y su rostro se tornó ligeramente serio.
—Ya, en serio... ¿Qué hacías ahí? Dime la verdad.
Su pregunta me tomó por sorpresa, sin embargo respondí lo primero que se me vino a la mente,
—Necesitaba despejarme. — dije con seguridad, necesitaba que me creyera.
—Puedes despejarte en otro lado. — propuso él, descontento con mi extraña elección de lugar.
—¿Dónde queda lo divertido?
Él sonrió ante mis palabras, y yo me tomé unos segundos para capturar el momento. Se le formó un pequeño hoyuelo en el lado derecho de la cara, era la cosa más linda que había visto.
—Usted está loco, joven dios Apolo. — soltó, peinándose el pelo con la mano. Esa acción hizo que mi corazón se volviera loco, no tenía idea de lo que pasaba. Cuando volvió a hablar, por fin obtuve lo que quería. — Por cierto, mi nombre es Jacinto. ¿Prometes mantener todo frisbee a cinco metros de distancia?
Asentí, está vez con una sonrisa verdadera.
Lástima que esa sonrisa solo era producto de mi imaginación, que solo podía pensar en lo que hubiera pasado si hubiera esperado un segundo más, si hubiera conocido la canción completa.
Mi cuerpo se sentía como una pluma y a la vez como un yunque, cayendo a toda velocidad pero con una suavidad increíble. No era momento de arrepentirse, pues no hay vuelta atrás ni segundas oportunidades.
Mi mente volvió a la ensoñación un rato más, y por un momento sentí unas enormes ganas de llorar. Abrí los ojos un momento solo para observar por última vez el cielo nocturno, que previamente era iluminado por el sol, y ahora solo estaba la luna. Al cerrarlos otra vez una sola lágrima escapó de mí, y cuando mi cuerpo se empezó a tensar supe que no me quedaba mucho tiempo.
Me forcé a recordar. Cada palabra, cada acción, gesto, mensaje, lo que fuera. Me obligué a recordar su voz, su risa y su mirada. Antes de la paz eterna, necesitaba recordar a mi Jacinto en caso que no existiera ningún más allá.
Para cuando mi cuerpo tocó el suelo, lo último que recordé claramente fueron sus ojos, aquellos que me llevaron al cielo y de vuelta.
Pronto esa imagen se desvaneció y todo se volvió negro.
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