La bendición de la sacerdotisa (Fairy Tales AU)
Satoru recordaba la noche vívidamente. Los gritos lo habían despertado y su nana, la señora Getou, había interrumpido la costura y se había puesto frente a la cama del niño para asegurar la integridad del príncipe heredero. Satoru se mantuvo serio en su cama, tratando de ocultar sus manos temblorosas debajo de las cobijas, porque se suponía que el próximo rey no debería comportarse como un niño perturbado ante nada.
Expulsó el aire contenido en sus pequeños pulmones cuando solo fue su madre, agitada, quien atravesó las puertas, pero el corazón se le subió a la garganta al ver su estado deshecho, como si hubiera visto un fantasma o presenciado una masacre.
La reina de Sugawara siempre era la cúspide de la elegancia y el control. El tesoro del reino. La única con la sangre del antiguo Seis Ojos, que había traído tanto caos como orden en épocas arcanas. A veces no parecía humana, con sus ojos azules fríos y su cabello como la nieve; miraba a su hijo como si esperara que hiciera algo grandioso, algo que finalmente terminara la guerra de las maldiciones.
Ahora se veía demasiado humana, tanto que resultaba inquietante. Desprovista de todos los adornos y vestidos, exponía una juventud y un terror que no hablaban de la gran oratoria y sabiduría por lo que el reino entero la admiraba y respetaba.
Ella cayó de rodillas, al borde de la cama, con las mejillas inundadas de lágrimas sucias y el rostro descompuesto, como si padeciera una dolencia física que estremecía hasta su espíritu. Tocó frenéticamente la frente de Satoru, revisó su abdomen y el resto de su cuerpo, no una, ni dos veces, sino las veces necesarias hasta que el espectro que nublaba su juicio y la hacía parecer desgarradoramente humana se sosegara.
Satoru no se movió ni emitió una queja, incluso cuando su madre apretaba su piel de bebé con sus largos dedos. Cuando ella pudo respirar, lo tomó en brazos y lo acunó como si fuera un recién nacido, ignorando cómo sus piernas sobresalían de sus brazos delgados o cómo su cabeza abarcaba todo su pecho.
—Shh, shh —ella arrullaba como si quien estuviera llorando fuera él y no ella, todavía medio fuera de sí, pero anclándose a la realidad mientras lo apretaba cerca de su cuerpo—. Me aseguraré de mantenerte a salvo, me aseguraré de ello —recitaba como un mantra, una bendición, una promesa que anhelaba cumplir.
Satoru no sabía a qué se refería, pero al día siguiente estaba comprometido, y su infantil mente solo podía pensar que ambos eventos estaban relacionados.
La niña era dos años mayor que él, pero cuando veía sus regordetas mejillas sonrojarse cada vez que él jalaba una de sus coletas, podía pensar que tenían la misma edad. Era una niña de templo; solo bailaban y cantaban para alejar los males y atraer la buena fortuna, así que Satoru pensó que su madre se había encargado de que esa niña estuviera cerca de él para atraer todo tipo de fortunas y alejar las visiones que habían atormentado su sueño desde entonces.
Satoru no sabía cómo se suponía que Utahime iba a hacerlo feliz cuando ella era la primera en enfurruñarse si él era demasiado pegajoso o cuando era demasiado descuidado con su labor como príncipe.
Y cuando fueron atacados, ella se había paralizado al ver a las maldiciones atravesando las barreras que la antigua sacerdotisa Tengen había colocado en todo el palacio, como si todos aquellos rumores horripilantes de que el rey de las maldiciones codiciaba devorar los globos oculares del encarnado Seis Ojos como un platillo premiado no fueran más que cuentos para asustar y disciplinar a los niños. Satoru se había puesto enfrente de ella cuando la maldición intentó engullirla como si fuera un conejo atrapado, antes de que cualquier soldado pudiera interponerse.
Para Satoru, había sido como agitar una mano y hacer desaparecer todas las pesadillas de Utahime. Ella había llorado de frustración cuando el horror pasó, pero lo miró de una manera diferente, como si, por primera vez, se diera cuenta de quién sería su futuro esposo. Satoru hubiera querido que espantar los temores de su madre fuera tan sencillo como hacer un despliegue de poder.
Aun así, le agradaba Utahime, casi tanto como se supone que debería gustarle un gatito que había venido a su mano, le hubiera ofrecido comida y, luego de comerla, lo hubiera mordido antes de salir corriendo, solo para observarlo expectante en la distancia. Pero Utahime se quedaba cerca de él, y eso era agradable.
Rara vez había otros niños como él, y aunque en parte se debía a su formación como próximo rey, también era porque tenía muchos enemigos. No solo las maldiciones: otros reinos deseaban apoderarse del país de Sugawara, así que debía permanecer aislado para su seguridad. A veces venía el hijo de su nana y jugaban juntos como el hermano que nunca tuvo, o esa niña extraña de grandes ojos curiosos y expresión sombría que siempre iba detrás del alquimista como un patito perdido. Pero Utahime era la única que se quedaba cerca de él la mayor parte del tiempo.
Ella cantaba religiosamente para él a ciertas horas y bailaba en días puntuales. Cuando lo hacía, Satoru sentía que algo se asentaba en su corazón y lo apretaba, dejándolo sin aliento. A veces le pedía que lo hiciera otra vez y ella le fruncía el ceño, regañándolo porque eso no era un juego.
Pero a veces la tomaba de buen humor y ella lo complacía. Entonces podía ver la pequeña sonrisa en sus labios y, cuando terminaba, ella se veía más radiante que nunca. A veces escondía bolsas de pasteles en su ropa y se los daba, no porque a ella le gustaran, sino porque sabía que a él sí, y le decía que, si era un buen chico, seguiría trayendo más.
Sin embargo, otras veces se mordía el labio inferior y se negaba rotundamente a volver a bailar o cantar, especialmente cuando había otros adultos cerca. Observador y reflexivo, Satoru la cuestionó:
—Se supone que no debo hacerlo para mi gusto —susurró ella, y sus ojos se abrieron con un poco de pavor. Protector, Satoru se sentó más cerca de ella—. Solo es un seguro.
—¿Seguro para qué?
Utahime le lanzó una mirada significativa. Satoru se rió.
—¿Para mí? La última vez que nos atacaron, fui yo quien te salvó.
Utahime hizo un puchero y se cruzó de brazos.
—Mi voz está encantada —Satoru se burló de ella. Utahime empezó a golpear su brazo con sus puños, y las campanillas de sus muñecas repiquetearon con dulzura—. ¡Es verdad! ¡Las deidades me dotaron de una virtuosa dote!
—¿Y qué se supone que hace? —Satoru decidió seguirle la corriente—. ¿Ponerme a dormir y hacerme soñar durante mil años como en los cuentos? ¿Hipnotizarme para no tener miedo? ¿Enamorarme de ti?
A pesar de sus burlas, Utahime mantuvo un semblante serio.
—Una promesa de poder.
Satoru se estremeció, algo dentro de su tono le dió escalofríos, como si su energía maldita le diera la razón. Sin esperarlo, Utahime continuó sin inmutarse:
—Se acercan muchos males, mi príncipe —tomó su mano como un ancla; sus ojos eran tan brillantes como un cuarzo ahumado—. Así que me aseguraré de apoyarlo cuando la situación lo amerite. Mientras tanto... —se acercó y le dio un beso en la frente. Satoru se alejó de golpe, sintiendo cómo la zona le ardía. Ella no parecía afectada—. Bendeciré su existencia para que ningún mal lo maldiga.
*
*
*
Otro de mis favoritos, disfrute mucho escribiéndolo, en un mundo de fantasía al estilo de los manhwas, pero con maldiciones y sacerdotisas ajaja además de matrimonios por conveniencia. ¡Espero que lo hayas disfrutado!
Este siempre es del día cuatro, pero para el espacio de AU de Fairy Tales. Nos estamos acercando al final de estás entradas secundarias💕
Ahora este librito ya esta también en fanfiction, estoy feliz que llegue a otros lares para poner granitos de arena para gojohime. ¡Cuídate!✨💕
Bạn đang đọc truyện trên: TruyenTop.Vip