02. CULT CLASSIC


CAPÍTULO       DOS.
CLÁSICO DE CULTO

En la cámara del Consejo de la Fortaleza Roja, el príncipe Aemond Targaryen se encontraba junto a su abuelo luego de ser sospechosamente convocado sin razón cuando puso un pie en tierra después de haber montado al lomo de Vhagar toda la mañana. Astuto como un zorro y siempre con diferentes intenciones escondidas bajo la mesa, Otto Hightower, la controversial Mano del Rey ofreció a su nieto compartir una copa de dulce vino en un esfuerzo de crear un buen ambiente. La luz del sol ilumina la majestuosidad de la estancia mientras el príncipe tuerto observa en un incómodo silencio a su abuelo servir una generosa cantidad de alcohol con una calma, por lo menos, inquietante.

──Aemond ── su nombre sonando maldito en sus labios──, querido nieto, quiero que sepas lo mucho que me enorgulleces en comparación de tus hermanos ──fueron las palabras elegidas por Otto, cargadas de autoridad sin verse afectado en comparar cruelmente a sus nietos. El príncipe recibió la copa guardando el agradecimiento, cauteloso, se acomodó en la silla cruzando su pierna sobre la otra──. Sabes que el futuro de la Casa Targaryen requiere de una alianza estratégica. La elección de tu futura esposa es de suma importancia para el reino. Una unión con una casa de buena reputación y poder es esencial para fortalecer nuestra posición.

Aemond Targaryen asintió con solemnidad entendiendo finalmente, consciente del peso de las palabras de su abuelo. Encontrándose nuevamente en la encrucijada de discutir su futuro sabiendo la importancia de lo que algún día tenía que unirse en alianza con una mujer bajo la bendición de los dioses, esa no era la primera vez que se veía sometido a una charla de ese estilo. Aquel no era el primer baile en ese riguroso tablero de alianzas y expectativas. Ya había pasado por estas conversaciones en el pasado, un ritual que se repetía con regularidad y que se había vuelto cada vez más rutinario con el pasar del tiempo. Sin embargo, no era ni de lejos su tema favorito. Cada vez que la sombra del matrimonio y la elección de una digna esposa caía sobre él, experimentaba una ligera resistencia. Las formalidades de la corte, las alianzas políticas, y las consideraciones de linaje, aunque fundamentales, no despertaban en él el entusiasmo que se esperaría de un príncipe jinete.

──He estado considerando cuidadosamente las opciones disponibles para garantizar el bienestar y la estabilidad del linaje.

Otto estudió a su nieto con penetrantes ojos juzgadores, evaluando cada matiz de sus palabras bebiendo un pequeño trago.

No podía evitar sentir una sombra de envidia que se cernía sobre él. Su hermano mayor, Aegon Targaryen, había sido eximido, en cierta medida, de la presión y persecución que acompañaban las conversaciones sobre matrimonio con su propia hermana, Helaena Targaryen, una unión que, aunque política y estratégica, había librado al mayor de la ardua tarea de elegir una esposa que cumpliera con los estándares.

──No debes apresurarte, aunque tampoco demorarte en encontrar una alianza adecuada. La fortaleza del apellido depende en gran medida de las decisiones que tomes en el futuro próximo y la descendencia de sangre pura.

Aemond asintió respetuosamente, molesto con el tema de conversación. Aunque el segundo hijo de Alicent estaba consciente de que la edad y juventud no debían desaprovecharse, y que la elección de una esposa apropiada era parte crucial de su deber, seguía siendo un tema que le resultaba incómodo. Sin embargo, comprendía la responsabilidad que llevaba consigo su posición y, por ende, la necesidad de asegurar el futuro de la Casa del Dragón a través de alianzas beneficiosas.

A pesar de la presión y las expectativas impuestas por su abuelo, por la corte, el pueblo e incluso los Siete Reinos, Aemond se sentía comprometido con una elección acertada que estuviera a la altura de la grandeza del apellido, pero las alternativas que se le presentaban no cumplían con sus estándares.

Los segundos pasaban demasiado lento a su gusto, mientras la sala resonaba con palabras de linaje y deber, el joven Targaryen mantenía la postura rígida, ocultando cualquier rastro de descontento o incomodidad bajo la máscara de la cortesía. Porque, aunque no fuera su tema predilecto, se trataba de una responsabilidad que no podía esquivar.

──Buscaré con diligencia.

──No dudo de tu palabra.

Sería una verdadera ofensa no hacerlo.

La conversación se desvaneció en los rincones de la sala, pero las palabras de Otto resonaron en la mente de Aemond mientras se adentraba en la vastedad de sus propias reflexiones como una tortuosa repetición recordándole su deber. La responsabilidad de asegurar una alianza ventajosa pesaba sobre sus hombros, y la elección de su futura mujer quien llevaría en su sagrado vientre el fruto de su sangre se volvía un desafío que, aunque necesario, era capaz de influir en el rumbo de los Siete Reinos.












El día de Lady Emeline Lannister comenzaba después de desayunar. Después de deleitar el paladar con algunas frutas y té de hierbas, avanzaba con gracia por los oscuros pasillos de piedra de la Fortaleza Roja, guiada por la memoria y el reconocimiento que sus pasos generaban. La hija de Tyland Lannister siempre destacando por su aspecto perfecto a en cualquier momento, y los mismos viejos muros parecían rendirle homenaje mientras se dirigía a los aposentos de la princesa Helaena Targaryen. Incluso la reina consorte, Alicent Hightower, no pudo evitar saludarla amablemente en su paso, reconociendo la valía de la joven ante su juicio.

La relación entre Emeline y la princesa Helaena era sabida en el castillo. Aunque las formalidades de la corte solían dictar ciertas normas de comportamiento, la princesa prefería la compañía de Emeline sobre la de su propia madre. Los motivos detrás de esta preferencia eran tan sutiles como complejos, pero Emeline había ganado un lugar en el corazón de Helaena con su lealtad, inteligencia y, quizás, con una conexión más allá de las obligaciones formales. Su presencia era esperada, y la relación con la jinete de Fuegosueño se había convertido en algo más que una mera formalidad cortesana. Existiendo una complicidad incomprendida e inexplicable entre ellas, comprensión silenciosa superando las barreras de la etiqueta.

En dirección contraria, el príncipe Aemond Targaryen en dirección contraria a sus propios aposentos camina en silencio, sumido en sus pensamientos. El largo pasillo parecía interminable, y aunque su paso era firme, su mirada estaba clavada en el suelo. Completamente ajeno al entorno, absorto en un mundo interior que lo absorbía por completo sabiendo que no debía equivocarse en cuando a su futuro. La preocupación y  tensión se reflejaban en sus gestos, como si la carga de las responsabilidades junto a las expectativas pesara sobre sus hombros más de lo habitual. El rostro del tuerto estaba ensombrecido por la reflexión; la presión de su posición, la elección de una mujer y las complejidades de la corte le acompañaban en cada paso.

En el cruce de los pasillos de la torre, el destino manejado por los dioses tejió el encuentro entre Aemond Targaryen y Emeline Lannister. Sus trayectorias contrarias se entrelazaron en un instante efímero, aunque significativo para ella. Emeline, con solo divisar la figura de Aemond acercándose, no pudo evitar sentir un cosquilleo de nerviosismo al percatarse de la presencia del príncipe.

──Lady Lannister ──saludó observando a la muchacha──, buen día.

Su voz, resonando con una mezcla de cortesía y extrema formalidad, sonaba demasiado frío. Aunque la pregunta podría parecer simple, tras ella se esconde el deseo de hacerla perder el tiempo, de adentrarse en el estado de ánimo de la dama que ha capturado su atención.

──Buen día, mi príncipe ──respondió bajando la cabeza en reverencia ante la nobleza.

Con la manos en la espalda, Aemond no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad.

──¿Cómo se encuentra?

Emeline ladea la cabeza disimuladamente intentando encontrar algún signo de sarcasmo en su expresión. No le parecía normal ni cotidiano que el príncipe Aemond Targaryen se dirigiera a ella, mucho menos muestre interés en su estado.

──Bastante bien, gracias ──pronuncia con esa serenidad calculada que la caracteriza, ladeando la cabeza con una sonrisa en sus labios humectados. Su cabello dorado cayendo por su espalda en ondas suaves, solo sujetado por una diadema gruesa de la misma tela que su largo vestido, el cual se apretaba bajo su pecho.

──¿A dónde se dirige tan temprano? ──preguntó intrigado, sintiéndose con la autoridad suficiente de merecer esa respuesta, aprovechando su posición para manejar tal información.

Lannister no le dio lugar al misterio, revelando parte de su destino: ──Su hermana, la princesa Helaena solicita mi presencia.

Ante la mención de su hermana mayor se limitó a asentir, sin estar sorprendido ni interesado. Aemond, aunque consciente de la cercanía entre Emeline y Helaena, no puede evitar sentir una punzada de curiosidad sobre el contenido de esas visitas.

──Con permiso, me esperan.

La educada despedida de Emeline Lannister parece poner punto final a la conversación, dispuesta a continuar su camino por los intrincados pasillos del castillo. Sin embargo, en un giro inesperado, Aemond, en un acto de impulso que ni él mismo anticipó, se apresuró a dar un paso interrumpiendo abruptamente el paso de Emeline. No hay fuerza en ese gesto, solo la intención desesperada por retenerla un momento más.

Ella, sorprendida por la repentina interrupción no pudo evitar sentirse intimidada un momento ante la altura del príncipe encontrando en su expresión un rastro de algo que escapa a su habitual control. Aunque no se muestra molesta, la dama dejaba entrever en sus ojos una curiosidad aguda. El Targaryen al percatarse de su propio gesto, se apartó rápidamente, dando un par de cortos pasos atrás como si quisiera distanciarse de su propia espontaneidad. No existen disculpas en sus labios, solo una retirada apresurada.

──Debería considerar frecuentar otras personas. La corte es un lugar vasto, y las conexiones pueden ser valiosas.

Su atención se desliza por la figura del príncipe, capturando el aspecto desaliñado que el vuelo y la actividad reciente han dejado en él.  Su sonrisa peligrosa sabiendo que era superior en todo aspecto estremeció a Emeline. El aura de majestuosidad que normalmente envolvía al príncipe estaba matizada por un toque de desorden que añadía un matiz humano a su presencia. Su largo cabello platinado, usualmente impecable, estaba enredado en su usual media coleta, como si las corrientes de aire durante el vuelo hubieran desafiado la disciplina de cada hebra sedosa. La piel pálida de Aemond, típica de los Targaryen, se encontraba salpicada de pequeñas gotas de sudor marcando la reciente actividad que lo había mantenido en movimiento.

En su estado actual, proyectaba una imagen que contrastaba con la pulcritud de la realeza.

──Agradezco su consejo, mi príncipe ──respondió esforzándose en no caer en el encanto de la imperfección y autenticidad del aspecto salvaje del jinete. Emeline, maestra en el arte de la discreción, intenta disimular su nerviosismo. La máscara de tranquilidad que lleva consigo se mantiene, pero sus ojos, esos orbes de astucia y secretos bien guardados, traicionan la leve inquietud que se esconde tras ellos──. Que tenga un buen día.

Aunque acostumbrado a la gracia y la belleza de la corte y damas de la alta sociedad paseándose consciente de sus atributos, el príncipe Targaryen no podía encontrar una similar al observar a Emeline Lannister. El halo de autenticidad que lleva consigo, combinado con sus respuestas firmes, agregaban más de lo que esperaba en una señorita de buena familia.

El pasillo de la Fortaleza Roja se terminó por convertir en un testigo silencioso del encuentro efímero entre Emeline y Aemond. Ambos continuaron sus caminos haciendo un esfuerzo consciente por no mirar atrás. Los apellidos ilustres que cargan ambos jóvenes, se mantienen elevados con peligroso orgullo, y ese orgullo actuando como barrera invisible que impide que sus miradas se crucen nuevamente.







Lady Lannister atraviesa el umbral de los aposentos de Helaena sin la necesidad de formalidades, cerrando la puerta tras ella encontrándose con un contraste conmovedor, al ingresar, sus ojos se posan de inmediato en los dulces e inocentes mellizos Jaehaerys y Jaehaera Targaryen, jugando despreocupadamente en el suelo. Los pequeños, quizás inconscientes de las complejidades del reino que les rodea, ríen y disfrutan en la inocencia propia de la infancia. Sus risas llenan la habitación, creando un eco de felicidad que rompe con la solemnidad que a veces caracteriza los pasillos de Desembarco del Rey.

──Buen día, pequeños dragones ──saludó Emeline tomando su vestido para lograr agacharse a la altura de los niños, acariciando sus suaves mejillas.

──Tu tardanza me estaba comenzando a preocupar ──dijo Helaena aliviada de verla luego de la espera, sentada frente al espejo mientras una de sus damas de compañía fieles a la princesa peinaba su cabello en una compleja trenza──. ¿Todo está bien?

El gesto de Emeline fue sutil y decidido, cargado de autoridad sin dejar dudas tocando el hombro de la sirvienta. La dama de compañía, al comprender la señal de la rubia, asiente con respeto retirándose del lugar en silencio, accediendo a que sea la misma Lannister quien tomase su lugar en la tarea de terminar de peinar a la dulce princesa Helaena.

──Claro que todo está bien. No deberías preocuparte por mí ──contestó Lannister con una sonrisa suave observando sus manos, cruzando cuidadosamente los cabos uno sobre otro sabiendo cómo hacerlo──. La demora se debió a un encuentro imprevisto con el príncipe Aemond, quien me robó unos minutos del camino.

La mirada intrigada de Helaena Targaryen, reflejada en el espejo, se encuentra con la de Emeline unos momentos, y la expresión de extrañeza se manifiesta en el gesto de la princesa.

──Raro ──murmura, dejando la interrogante suspendida en el aire.

Todavía concentrada en la tarea de trenzar el cabello de la princesa, no interrumpe su labor, pero su mente permanece atenta a las palabras de Helaena que algunas veces carecían de sentido para Emeline. Con destreza, sus dedos se deslizan entre los mechones, creando una obra de arte capilar.

──¿Por qué dices eso? ──preguntó riendo.

──Aemond es... silencioso, no se relaciona con nadie, menos con mujeres ──responde la princesa en un tono desinteresado e ingenuo, jugando con los bordes de su vestido dorado impaciente por ponerse de pie e irse a pasear al jardín en compañía de lady Emeline── Solo cuando desea algo.

En silencio, Emeline sabía que no debía pronunciar ninguna palabra tomando el silencio como mejor camino manteniendo su labor de trenzar el cabello de Helaena, pero bajo la superficie de su expresión tranquila, las palabras de la princesa, inocentes pero cargadas de posibilidad, resuenan en la mente de Lannister como un eco en una sala vacía.

Mientras que por su parte, una despreocupada Helaena Targaryen permanece ajena al torbellino de pensamientos desatados a su alrededor.

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