El día al cual llamamos "Mañana"

En un mundo lleno de luces donde la humanidad seguía avanzando sin detenerse, en un pequeño paraíso aislado rodeado de verdes y amarillos brillantes se encontraban dos siluetas durmientes recostadas a un árbol.

Los colores vívidos del entorno parecían conspirar para rodear únicamente y resaltar a los dos colores opuestos que yacían uno junto a otro en un profundo letargo. La paz que hasta hace momentos era confundida con el ruido del acero chocando uno con otro o el ruido ahogado y fresco de las espadas cortando la carne parecía muy distante ahora, aunque aún estaba grabado en la memoria de ambos. Ambos recordarán constantemente y por el resto de su vida aquella sensación, ambos la habían sentido, también recordarán lo aterrador de los ojos rojos o el cabello de plata que los rodeó un tiempo, pero ahora si estaban juntos podían ver belleza en esas cosas.

La calidez de ambas manos superpuestas mientras sólo eran arrullados por el sonido de los pájaros cantando o por la nana que el viento les mostraba moviendo sus cabellos, era más que suficiente para ver lo hermoso del mundo. Después de todo habían ganado un día más, habían ganado aquello llamado "mañana" Así como el sol que se pone en la tarde y como la luna que se eleva en el cielo, por y para siempre, estarían uno junto a otro. Siendo capaces de aceptar y ver belleza en el rojo y blanco y complementarla con el dorado brillante, dos existencias que prometieron volverse inseparables, esa era su recompensa luego de todo el mar de sangre y frialdad que habían atravesado.

Un par de ojos café miraba fijamente cada parte del rostro de su compañero, tomando cuidado de analizar cada pequeño detalle que se había saltado luego de tantos años a su lado, cada detalle que no había grabado en su memoria cada vez que él le había sonreído aún estando vestido de azul y blanco, cada pequeño detalle que había saltado aún si el color plateado cubría su cabello. Cada pequeño detalle que quería ver luego de haber leído aquella carta hace tiempo, cada detalle del rostro calmado que en años no había visto.

Trazando un delicado camino como si de un mapa se tratase, desde los mechones salvajes que cubrían su frente y bajo estos, luego sus pestañas, nariz, hasta terminar con una suave caricia con sus dedos en sus labios. Trataba de grabar a fuego lento en su mente la imagen de a quién ahora podía llamar esposo y compartir una vida juntos. Si, eso era lo que habían ganado. Tiempo.

Tiempo con la capacidad de sanar heridas y profundas cicatrices que habían quedado en ambos, el tiempo que hasta ahora había sido cruel con ellos, el tiempo que no había sido su aliado y que no los había amado como ellos se amaban el uno al otro ahora estaba siendo su amante. Ese mismo ahora les estaba dando la oportunidad de hacer algo tan simple como vivir, vivir un día detrás de otro, comer comida deliciosa y reír por estupideces, con eso era suficiente si podían estar juntos. Si podían encontrarse el dorado y el rojo una vez más y volverse café y verde era más que suficiente.

—...umm... ¿Chizuru?— Con una dulce voz somnolienta dos ojos verdes se abrieron lentamente mientras la mano que proporcionaba lentamente caricias se detuvo. Por un segundo sus miradas se encontraron y una mano dudosa subió hasta el rostro de quien lo cargaba en sus piernas.

—Estoy aquí— Y con un ligero movimiento y delicada caricia otra mano encontró la que ahora estaba en su mejilla y entrelazando los dedos se aseguraba de demostrar la veracidad de sus palabras. Ella estaba ahí, siempre estaría ahí, él también.

—Si, lo sé— Y con esa afirmativa de su parte, la fémina sonrió y junto al ligero beso que depositó en la mano de su esposo fue más que suficiente para que una sonrisa se pintase en su rostro como ya era costumbre. No necesitaban muchas palabras, nunca lo habían hecho, incluso si no hablaban a veces, ambos entendían al otro mejor que a sí mismos.

Incluso si se quedaban en silencio como ahora mirando el crepúsculo y todo su esplendor, no había incomodidad alguna. El hecho de saber que esa mano que tomaba la otra era real era más que suficiente. Era suficiente poder sentir la respiración del otro, oír cada latido de su corazón, ver cada pestañeo y cada color brillante que se hallaba en sus miradas. Era suficiente esa palabra por cual poder llamar al otro demostrando que ya eran una familia.

Y lentamente con el sol que se ponía y la luna que iba saliendo, el color castaño se fue volviendo plata y el verde rojo, lentamente, tan lento que parecía mentira que hace unos años eso haya sido motivo de miedo o locura, pero aún si no era de ese modo ya, aún el blanco era algo temible para él, y Chizuru podía sentirlo en la fuerza con que su mano era tomada cada vez que sucedía esto. No importaban los años que pasasen, aún tenía miedo de sí mismo, pero era capaz de soportarlo, porque la tenía a ella. Y si ella podía hacer cualquier cosa en su poder para aliviar ese temor, para aunque sea un poco como la primera vez, calmar ese corazón agitado... daría todo cuanto fuese necesario.

La sed de sangre era algo raro que sucedía en ocaciones muy lejanas luego de haber tomado el agua de la vida del Clan Yukimura, pero aún así existía lo suficiente para hacerlo temblar cada vez que sabía que conllevaba ello. Sangre. Lo que necesitaba una y otra vez, sangre, y no cualquiera. Debía tomar sangre de la persona que más amaba en el mundo, debía lastimar a su ser más querido y preciado en el mundo, debía verla lastimarse a si misma sólo porque quería protegerlo y porque lo amaba. Lo odiaba, pero tampoco tenía permitido no cumplir los deseos de su esposa. ¿Qué debía hacer? No podía morir pero las veces que debía recordar que vivía consumiendo una parte de su ser más amado no podía evitar sentir un dolor más fuerte que el de cualquier espada atravesando su cuerpo.

Pero Chizuru lo entendía.

Si algo había obtenido luego de entregar esa parte de si misma para mantenerlo con vida y cerca, era precisamente el poder entender su forma de pensar, sus emociones y cada pequeño cambio que veía en su mirada. Podía leerlo como un libro abierto en cada pequeño instante de duda o temor y era capaz de ser la respuesta a todos sus problemas. Se había vuelto tanto su droga como su cura.

—Heisuke— Como un suave susurro salió su nombre de los labios de quien ahora tendía su mano libre al hombre que estaba recostado en su regazo y le levantaba a su altura para quedar ambos sentados uno frente a otro. Rojo mirando fijamente en el castaño de los ojos de la fémina.

Como una invitación sonrió dulcemente mientras las luciérnagas se volvían la luz de ambos junto a la luna llena que iluminaba el cielo. Una invitación que no esperaba nada a cambio sólo estaba ahí, con brazos abiertos esperando a que él diese el primer paso. Siempre esperando y dispuesta a dar todo cuanto tenía. Era doloroso de ver hasta cierto punto para él.

—No puedo...— Por primera vez en mucho tiempo lo vio apartar la mirada, por primera vez en mucho tiempo lo vio poner esa cara de sufrimiento otra vez y a pesar de que ambas de sus manos tenían entrelazados los dedos y siendo fuertemente sujetadas aún sentía su temor a través de su palma. El no podía seguir haciendo eso, se sentía culpable una y otra vez y aún así ella nunca había sido capaz de eliminar por completo ese sentimiento.

Después de todo era verla lastimarse una y otra vez como si fuese el mismo quien le pidiera eso. Pero para Chizuru ese acto era mucho más de lo que el pensaba, desde hace un tiempo ese acto había cambiado por completo de significado, al menos para ella, y debía hacerle ver eso.

—Heisuke, mírame— Su voz dulce alcanzó los oídos de Heisuke mientras ese tono le hacía prácticamente imposible ir en contra a tal pedido, no fijamente, pero aún así dos pequeños rubíes fijaron su vista en ella antes de cerrarse otra vez y tragar duramente la saliva que amenazaba o con ahogarlo o salir de su boca.

—N-ni siquiera puedo hacer eso. Si te miro yo--

—Dime, Heisuke. ¿Sabes por qué te doy mi sangre? ¿Sabes por que te la di desde un principio aún teniendo la de cientos de cadáveres a nuestro alrededor? ¿Por qué te la di incluso cuando tu no la deseabas?— Lo directo de sus palabras sólo sorprendieron y tocaron algo oculto en el corazón de Heisuke que sólo pudo apretar el agarre en las manos de su esposa. No esperaba tales preguntas tan repentinamente o tampoco tal sinceridad de su pareja, ella definitivamente era una caja de sorpresas.

Un único movimiento con la cabeza y ojos fue la señal que recibió Chizuru para continuar. Y así lo hizo.

—La respuesta más obvia sería porque te amo— Él lo sabía, lo había sabido desde el momento frente a las puertas de aquel gran castillo en cuanto por primera vez perdió el control y al recuperarse a si mismo estaba bañado en la sangre de una multitud de cadáveres decorados alrededor de ella. Lo supo desde el momento en que la vio quedarse ahí de pie, incluso desde antes cuando había dicho que quería estar con él no sólo por un tiempo, sino para siempre.

Lo supo desde el momento en que la vio cortarse a si misma e ir en contra de su voluntad sólo porque quería mostrarle algo tan simple como él  'mañana' Lo supo en cuanto su sangre transmitió cada pequeño sentimiento que su boca no decía... ¿Quién sería capaz de cortarse, de herirse y causarse dolor innecesario sólo por un conocido, sólo por un amigo? Ella no tenía ninguna deuda con él, nunca lo había hecho. Al contrario, era ella quien siempre lo salvaba y decía todo cuanto el necesitaba oír en el momento exacto.

Era como la primavera que venía de repente y llenaba de rosa su vista y florecía más allá de sus ojos. Chizuru era la verdad entre las mentiras que había vivido, era la única esperanza y punto de apoyo que necesitaba para saber que estaba ahí, respirando, con vida.

Chizuru era el hilo que sostenía su existencia, delgado pero a la vez irrompible.

—Pero no es sólo eso, la razón por la que te ofrezco mi sangre es porque quiero que compartamos todo, porque no quiero dejarte sólo con el sufrimiento o la agonía, porque aunque sea un poco quiero comprender el dolor que estas pasando— Una pequeña pausa acompañada de un apretón de manos a medida que colocaba ambas frentes juntas fue más que suficiente para alentar a Heisuke a soltar un pequeño suspiro jadeante y tratar de controlar las ansias odiosas en su interior. Ahora no era momento de ello, quería escuchar hasta el final, debía hacerlo.

Escuchar la voz de su salvación.

—Quiero compartir cada momento de mi vida contigo. La tristeza, la alegría, la salud, la enfermedad, riqueza y pobreza. Todo. Quiero compartirlo con Heisuke, lo hago porque eres tú, Heisuke— Y como una increíble salvación como todos los días ella había sido capaz de iluminar la más oscura noche sólo con sus palabras. Sólo con una palabra podía abrirse paso hasta su corazón y rescatar cada pequeña parte dañada en cuestión de segundos. Ese era el poder de Chizuru —Mi Heisuke.

Un cierto alguien había dicho una vez que como podía considerar a Chizuru una persona, siendo un demonio, como podía verla como una humana... pero la chica que lo estaba abrazando, el calor del cuerpo que estaba rodeandolo y la calidez de la delicadeza de las manos que sostenían las suyas alentandolo a seguir adelante y seguir viviendo, eran mucho más que humanos. No había forma de que ese calor abrumador y placentero no fuese humano, no había manera de que no hubiese un corazón detrás de cada acto de esos aunque difiriese de su apariencia.

—Si me lo dices de ese modo yo...— yo no podría hacerlo. Eso es lo que él quería decir, hubiera sido una respuesta adecuada, pero los ojos color café que velaban por su bienestar y anhelaban su compañía no lo hubieran permitido. ¿Por qué dudaba una y otra vez cada vez que debía hacer algo a lo que ya ambos estaban acostumbrados?

Lentamente y tomando un poco de determinación tratando de ignorar ese lado que quería morir sólo por estarla dañando, acercó como de costumbre el brazo derecho de Chizuru a su boca. En ese momento fue que se percató de algo y rápidamente se echó atrás soltandola por completo para ser recibido por esa mirada tan relajada otra vez. Se había dado cuenta de la ausencia de un corte, la ausencia de sangre saliendo de alguna herida y que él pudiera consumir sin tener que dañar su piel por si mismo.

La petición tanto de ella como de su cuerpo se estaba elevando a lugares que el no quería conocer y a situaciones que no quería vivir, ya se sentía lo suficientemente culpable como para añadir una cosa más a la lista de crímenes por los cuales el mismo se culpaba. No había modo de que el hiciera tal cosa por muy necesitado que estuviese, por mucho que le gustase el sabor de la piel ajena o la dulzura incontrolable de su sangre o tal vez ambos mezclados con su tacto mientras una sonrisa florecía en el rostro de la chica asegurándole de que todo estaría bien--

Por un momento apagó sus pensamientos al momento en que el cuerpo de alguien más bloqueo su visión y todo lo que podía sentir era el olor embriagador que desprendía la cercanía de ambos y su cabeza descansando sobre un hombro descubierto asegurada hacia el cuello suave que era acariciado por cabello de color oscuro.

Un jadeo ahogado no se contuvo en su garganta, estaba seguro de leer de manera correcta las intenciones de Chizuru, estaba seguro de interpretar del modo debido, pero simplemente no quería verlo como una opción. ¿Hasta ese punto llegaba ella en su amor? Si esto era una prueba de confianza, era la más grande que había tenido hasta el momento. Él lo sabía desde un principio, ese lado incondicionalmente amable y desinteresado de la persona a la que orgullosamente llamaba esposa, tanto que hasta rozaba los límites del masoquismo o tal vez ese era el peso de su amor. Un amor tan pesado que sólo podía ser compartido entre dos, sin guardarse nada y entregandolo todo.

Entonces una vez más su atención se vio disuelta de sus pensamientos y concentrada en el calor del abrazo que lo envolvía dulcemente, un calor del que hasta el mismo sol estaría celoso de lo amable y reconfortante que era. Un calor que parecía conducirlo entre el límite de la cordura y la locura y lo tentaba a saltar de lado a lado para asegurarse de que modo se sentía mejor. Sólo entonces com unas ligeras caricias por parte de las manos que se adueñaron de su cabello castaño, una voz suave y melodiosa habló.

—No tienes necesidad de contenerte, Heisuke— Chizuru sabía lo que hacía, por el tono de su voz y la firmeza de las manos que lo sostenían, Chizuru estaba segura de cada uno de sus pasos pero sin embargo él aún tenía miedo, tenía miedo a ver el rojo que no tenía permitido. Pero como magia otra vez sólo las palabras de la chica con nombre parecido al blanco de la nieve fueron su salvación —Yo he visto todo de ti, no hay modo de que la amabilidad que posees sea nublada por algo. He visto hasta lo que no me has querido mostrar y de lo que no estás orgulloso, así que esta vez... déjame mostrarte todo de mi.

Y aceptando la invitación de sus palabras una vez más, lentamente el cabello que se mantenía negro fue cambiando a tonos más claros mientras con delicadeza dientes se abrían paso en la piel suave y un pequeño hilo carmesí como camelias brotaba suavemente. No había dolor de por medio, o incluso si lo había era algo que podían superar juntos, porque después de todo el amor no era sólo felicidad, pero si había realmente amor valía la pena.

Las delicadas manos femeninas trataron de estrechar más entre sus brazos a la persona que eventualmente los terminó recostando al suelo hasta caer entre las hojas verdes y ser arropados por las raíces del árbol sobre ambos. El verde eventualmente se vio teñido de rosa hasta llegar a cada hoja y rama lejana en lo alto de la copa de aquel gigante, como si el mundo afectado por el amor de ambos fuera más hermoso con cada parpadear.

No había queja alguna en el aire y la delicadeza con la que el cuello de la chica era tratado era tanta que hasta la caricia de la más pura seda podría envidiarle. Lo que empezó como una pura necesidad y prueba de confianza se terminó volviendo la más pura demostración de amor entre ambos, dando suaves besos hasta que su herida sanase y acariciando cada parte disponible del cuerpo de su esposa hasta recorrer a besos el camino desde su cuello, mandíbula, oreja, y quedar depositando un suave beso como una ligera caricia sobre su mejilla.

Ella estaba ahí para él y nunca lo abandonaría, sólo eso era suficiente y sólo eso necesitaba. Era más que suficiente saber que la persona entre sus brazos, que la persona que entrelazaba sus dedos con él, estaría ahí por siempre. Sólo entonces dirigió su mirada roja desvaneciéndose en verde a los cristales dorados que lo miraban con un amor desbordado mientras el viento movía los pequeños pétalos rosa y el par de cabellos plata.

—Hey... Chizuru— La voz masculina que llamó su nombre por un segundo captó su total atención y esa sonrisa tan brillante pareció iluminar la noche —¿No te... arrepenties?— De haber escogido a alguien como yo, alguien tan roto...

Sabía que era una pregunta estúpida, sabía que sólo obtendría una respuesta que ablandaría más su corazón y que un calor incontrolable se apoderaria de si mismo. Sabía que los cerezos que florecian sobre ambos eran una de las mejores pruebas que podía darle, sabía que su calor corporal era otra, su voz, su cariño, la manera en que sus ojos dorados lo miraban y la delicadeza con que ambas manos lo sujetaban como si fuese lo más preciado del mundo. El puro hecho de que ella haya sentido la necesidad de mostrar su verdadera apariencia frente a él era las más firme de todas las pruebas pero aún así quería oírlo de sus labios.

Pero Chizuru no se iba a conformar con sólo repetirselo una vez más, pretendía hacer un juramento más allá de las palabras y terminó tomando sus labios. Suavemente, sin prisa, bañados entre los cerezos y el plateado de sus cabellos, entregando la respuesta que tanto ansiaba oir su compañero, la respuesta de la que nunca había dudado desde el instante en que el rojo y el dorado se habían encontrado.

—Nunca— Y como una ligera caricia otra vez ambos se juntaron al unísono mientras la danza de tonos rosas y verdes florecía sobre ambos complementandose una y otra vez hasta que el demonio de las flores fugaces se volvía uno con su ser amado.

De ahora en adelante no necesitaban nada más, ese vínculo en rojo brillante superpuesto con flores de cerezo en su esplendor era más que suficiente para unir sus almas y cada fibra de su cuerpo hasta sus corazones. De ahora en adelante cada pequeño detalle de la vida podrían disfrutarlo, si estaban juntos, si estaban al lado del otro, la más oscura noche sería tan iluminada como el mismo día. Sin importar qué, mientras el sol se oculte y la luna se eleve en el cielo, por y para siempre.

“Te amo”

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