Mío hasta que decidas lo contrario (Día 1)

Temática (19 de Septiembre): Bodyguard.

Sinopsis: Fuyumi no está tan segura que seguir atando a Keigo a ella sea lo mejor para él.

N/a: ¡Regalo para mi amiga Evisma15 que siempre escucha mis ideas Huwumi, me apoya y me inspira! ¡Es una idea burda de aquella increíble idea que tienes en tu mente, nena! ¡Así que espero que te guste! ✨✨✨



[***]


El tintineo de las vajillas llenaba la habitación, desde que su padre había salido de su casa apenas había dicho más que un par de palabras para indicarle a Keigo cómo ordenar el patio para la visita de su madre y su hermano menor. Percatándose que necesitaba un tiempo a solas, Keigo obedeció dócilmente, atendiendo su llamado. Keigo era tan diligente que, si detenía los movimientos con los platos, podía escucharlo mover las macetas para abrir espacio para la mesa en el jardín tal como había pedido.

Se aseguró que no estuviera viéndola, mirando de atrás de vez en cuando para asegurarse de estar completamente sola. Lanzó un suspiro, largo y cansado, contenido desde hace mucho tiempo. Luego se desplomó en el lavavajillas, sosteniéndose con una mano mientras apretaba su pecho con la otra.

No podía creer que le gritó a su padre frente a sus más leales seguidores. No podía creer que había actuado como una niña berrinchuda ante el oyabun.

«¡No! ¡Él es mío! ¡No puedes tenerlo!»

Pero por, sobre todo, demostrar tal vergonzoso y humillante acto de debilidad ante un cariño inminente que había desarrollado hacia su guardaespaldas la estaba carcomiendo.

Siempre había sido una chica tranquila, incluso dócil por momentos, sabía que incluso si entrenaba físicamente no podía igualar la fuerza brutal del más inexperto de los kobun, tenía que ser inteligente y para una mujer, la mejor manera de hacer que los hombres bajaran la guardia era inclinar un poco la cabeza y sonreír, tenía la ventaja natural de que la gente esperaba que fuera encantadora. Y entonces, atacar en el momento donde nunca lo esperarían, mortífera y certera. Fuyumi sabía muy bien que era mantener la calma y esperar hasta que la paciencia fuese recompensada, rasgo que, para su padre, siempre había sido inútil, pero que le había permitido sobrevivir en el mundo de terceras intenciones y mantener unida a su familia.

Sabía que su padre estaba cambiando, durante mucho tiempo tratar con su familia no fue una prioridad, mientras que para Fuyumi siempre lo fue todo. Ahora, si Enji deseaba acercarse a los Todoroki, su único camino era a través de su única hija. Estaba cosechando los frutos de su paciencia.

Debido a eso, su padre había empezado a ponerle mayor atención y los regalos en su puerta abundaban. Siempre lo mejor. Años y años de poder recibir todo un baño de lujos producto de trabajos ilícitos, con ella solamente tomando lo necesario, debieron haberle enseñado a su padre que los bienes materiales no eran de su interés. Pero tener uno que otro artefacto de último modelo podría hacer su vida y la de Keigo más fácil y divertida.

Ahora solo debía esperar a que su padre llegara a ella, paciente y complacida por su esfuerzo de años. Accesible para llegar a un acuerdo con el patriarca Todoroki.

Y el momento crucial finalmente había llegado, colmado de muchos más regalos, y lo había echado a perder en un segundo.

Estando sola, pensó más a fondo en lo que había hecho, pero seguía sin encontrar explicación a ese fuego abrazador que la había poseído, calentando su cuerpo cuando escuchó a su padre el convenio donde el propio oyabun se dignaba a brindarle varios de sus experimentados y legendarios guardaespaldas personales, una casa enorme en una zona aún más alejada de conflicto alguno, aumentar su indemnización y miles de beneficios más que solamente hicieron ruido blanco en su cabeza, pero que seguro eran capaces de seducir a cualquier ser humano.

Había dicho que era un agradecimiento por darle el apoyo para tratar de entablar una conversación con sus hijos e integrarse un poco, pero también, era el pago por su guardaespaldas personal, Takami Keigo, cuyo nombre clave que había adoptado en la organización había sido Hawks debido a su precisión, velocidad y letalidad.

Fuyumi sintió un arrebato en su pecho, el miedo de que su actitud impulsiva no fuera aprobada por su padre y que los guardaespaldas de él le dispararan por irrespetuosa se volvió apenas un chillido de advertencia en su cabeza. Su cuerpo se había movido como poseído, sus ojos habían adoptado un aire tan peligroso que vio a los entrenados kobun estremecerse ante la semejanza que tenían con su jefe, su voz retumbó como un trueno y sin duda alguna.

Ella se había negado con un grito posesivo, quería consolarse que había sido su lado protector con Keigo el que había hablado, pero mientras más lo pensaba el sentimiento de pertenencia no desaparecía.

Juntó sus manos en su cara caliente y gimió, su voz demasiado estrangulada como para que se entendiera algo más.

¿Cómo había podido decir eso? ¿Trato a Keigo como un objeto? ¿En qué momento se trastornó tanto su amistad para que ella sintiera que una parte de su amigo le pertenecía?

Entendía como la Yakuza perturbaba la integridad humana. Se volvían herramientas cuya vida y muerte solo importaba para el bienestar de la organización. Era su propósito, su estilo de vida.

El día que Keigo llegó a sus manos, como un cachorro pateado, arrugado, olvidado a la orilla de una calle lluviosa y destrozado por una vida delictiva, parecía que no tardaría en volverse una cáscara vacía que solamente obedecía órdenes y satisfacía sus necesidades mundanas, sin un corazón real; sin embargo, había notado como en sus ojos todavía yacía una pizca calor y esperanza que le conmovió. Se había prometido no ser como todo lo que conocía, incluso si no podía arrancarlo de la organización, se esmeraría en crear un hogar para él, para ellos. Nunca lo trataría como un objeto y no le permitiría olvidar que era un ser humano cuyos deseos le importaban.

No iba a permitir que se sintiera como Touya cuando enfermo y no pudo seguir ejerciendo su labor como primogénito, sintiendo que ya no valía nada, ni siquiera vivir, incluso cuando su madre y ella se aferraban a él como un salvavidas. No iba a permitir que se ahogara en el resentimiento de su estilo de vida caótico como Natsuo o que simplemente aceptara su destino en brasas como su pequeño Shōto.

Quería asegurarse de que salvaba a alguien.

Al final se había convertido en lo que más odiaba.

Pegó un salto cuando sintió un toque en su espalda, sus pestañas albinas desplegando pequeñas gotas saladas.

—Terminé de colocar la mesa —Su sonrisa arrugando sus ojos, tembló al notar su estado—. ¿Qué tienes? ¿Te duele algo?

Fuyumi mordió su labio inferior, las lágrimas ya aglomerándose en sus ojos. Sentía que había traicionado la confianza de su amigo al haberse negado rotundamente a su padre a llevárselo. ¿Y si Keigo en realidad quería seguir subiendo puestos? Nunca le había transmitido algún deseo de superarse o ambicionar más de lo que tenía, más allá de volverse más fuerte para ser un mejor guardaespaldas para mantenerla a salvo, y, a sus ojos, se le veía bastante complacido con la vida que tenía.

Pero quizás había leído mal y él deseaba seguir avanzando en la organización. Quedándose como su guardaespaldas estaba estancado y ella no estaba muy metida en la política como para permitirle un puesto más alto. Guardaespaldas era el mayor rango que en su posición podía darle.

Debía haberle preguntado antes, debió haberle dicho a su padre que se lo pensaría y luego hablarlo a solas con Keigo cuando ya todos se hubieran ido. Sin embargo, había saltado con tanta furia y dolor, indignada que su padre quisiera quitarle lo único bueno que le había dado, y agonizando, pensando en una vida sin Keigo que claramente lucía más miserable de lo que jamás hubiera pensado.

Pero aun así, no quería atarlo, no a ella, no cuando tenía oportunidad para hacer más famoso su nombre y convertirse en leyenda. Muchos en la Yakuza pensaban en la manera de hacer de su nombre algo de temer y respetar, incluso después de sus trágicas muertes. Si se quedaba a su lado solamente sería el solitario guardaespaldas de la solitaria hija del oyabun. Hawks todavía podía llegar a límites indescifrables.

Hawks se había ganado incluso la atención del patriarca Todoroki estando a su lado. Pensó en qué clase de personas habrían llegado para deshacerse de ella para que Keigo haya sido reconocido como un arma potencial.

Al verlo a su lado, las cejas pobladas juntándose en su ceño, el cabello revuelto con ramas y hojas, las mangas arremangadas hasta el codo y las marcas de tierra y sudor debido al trabajo exterior, casi le hizo olvidar que en realidad era un kobun.

Se veía como un hombre normal, más hogareño y despreocupado que nunca, por más que se esforzaba no lo veía haciendo una cara colérica, digna de una película de terror, capaz de hacer que sus adversarios se intimidaran solamente con reconocer su fisonomía.

Le daba náuseas imaginar las heridas que él podía provocar y las que podría conseguir, y sintió como si fuera su dolor las cicatrices que ya tenía en su larga lucha por cuidarla de todo peligro.

Fuyumi apenas recordaba algunos enfrentamientos, la mayoría en su niñez, antes que Keigo llegará en su vida. La adrenalina y el miedo todavía corriendo por sus venas. Pero en cuanto Keigo había subido de rango entre sus guardaespaldas hasta volverse el principal, el horror de las confrontaciones disminuyó considerablemente. Siendo capaz de dormir sin tantas pesadillas y con mayor confianza, porque su fiel compañero estaba velando por su sueño mientras se desangraba en la oscuridad.

Como consecuencia, Keigo de repente desaparecía de su vista y regresaba como si nada hubiera pasado. Más pronto de lo que le hubiera gustado, entendió que no era así, siempre estaba velando por su seguridad, incluso si tenía que recurrir también a asegurarse de que no volviera a dañar su vista con más escenas violentas.

Pero sabía que todas esas veces que no estaba a su alcance, él estaba arriesgando su vida, por ella. Y eso podía matarla antes de lo que jamás imaginó. Sentía que tenía que ver sus mechones rubios alborotados en cada momento para poder respirar tranquila.

Estiró su mano hacia la mejilla izquierda, ahí yacía una cicatriz que se alargaba hasta su oreja, dejándole un corte marcado. Recordó lo asustada que estaba cuando regresó a su lado, con todo su rostro sangrando, mientras que él muy descarado le mentía en la cara diciéndole que no había nada de qué preocuparse.

Sólo una prueba más que seguía arriesgando su vida por su causa, e incluso si la perdiera, no sería una causa noble que narrará la Yakuza con orgullo. Y lo odiaba, porque mientras que para la organización solamente era un número más, para Fuyumi lo era todo.

Su pilar. Su apoyo. Su amigo. La persona que le había brindado el coraje para no rendirse con su familia ni con sus sueños incluso con su situación delicada. La persona que más admiraba. El ancla de normalidad que siempre atendía sus caprichos de crear un hogar. El ala tibia que la resguardaba del mundo cruel.

Sintió la bofetada de realidad que le hizo contener el aliento.

Le amaba. Le amaba lo suficiente como para no condenarlo a una vida solitaria con ella. Por más que aquello estuviera destruyendo su corazón, más que llenar su propia alma de amor, deseaba su libertad.

Y aunque ambos estaban parados en medio de cadenas y rejas, ella quería brindarle la oportunidad de elegir si quedarse con ella o volar a buscar la gloria y la fama.

Keigo se acercó a la suavidad de su mano, como un gatito en busca del afecto de su amo, pero en lugar de tener una expresión brillante de adoración inocente, había una mirada aguda de depredador observando los gestos de su presa, esperando pacientemente el momento justo para atacar. Aquellos ojos fieros causaban cosquillas en el estómago de Fuyumi, era una expresión en la que no se había tomado el tiempo de profundizar, más por no saber cómo reaccionar en el futuro que por no desearlo también. No quería echar a perder lo que tenían y tal parecía que eso mismo retenía a Keigo de actuar, conformándose con solo contemplarla.

Pasó sus dedos pálidos en la zona carrasposa de las cicatrices, sintiendo como se tensaba debajo de su tacto. ¿Si ahora lo soltará, volvería con ella?

—¿Qué sucede? —Se incorporó en un susurro, como si esa muestra de afecto en la cocina fuera un secreto prohibido.

Fuyumi se hubiera reído de la ironía de no ser porque pensar en soltarlo ahora estaba evitando que respirara con normalidad. Sintió que las lágrimas podían desbordarse, así que sin decir nada, escondió su rostro en su cuello, sintiendo como el olor a hierba y rocío en su ropa la invadía y la tranquilizaba.

Keigo tardó en responder el abrazo, siempre tardaba en corresponder sus gestos de afecto, como si se pensara miles de veces si debía tocarla y si se le permitía poner sus manos sobre ella.

Finalmente, sintió el suave y cálido tacto de sus brazos envolver su cintura y tembló, los sollozos ahogándose en la garganta. Consciente de su situación delicada, pero todavía no entendiendo que había desencadenado en ella esa reacción, Keigo empezó a cepillar su cabello con sus dedos. Dejó que el amable silencio los invadiera hasta que decidió romperlo.

—¿Deseas salir de aquí, Keigo?

Por un momento, Keigo dejó de cepillar sus hebras albinas, antes de volver a su labor.

—Bueno, ya preparé la mesa afuera, sería un desperdicio no usarla, el clima está delicioso.

Fuyumi resopló, escuchando su condescendencia derramarse.

—No me refería a eso.

—No sé a qué te refieres.

—Yo- Eso- Mi padre- —Levantó la cabeza de su cuello, sus palabras tropezando mientras encontraba la fuerza para no romperse, sintiendo que el agarre en su cintura estaba manteniéndola unida—. La propuesta de mi padre. ¿Deseas tomarla? ¿Salir de esta casa y... —se mordió el labio inferior, deseando callar y olvidar todo el asunto— hacer tu propio nombre una leyenda?

Keigo la observó por un largo rato en silencio, sus pobres labios sufriendo el precio de la ansiedad ante la falta de respuesta, al continuar mordiéndolos con sus dientes.

—¿...Eso es una orden?

—¿Qué?

—¿Son tus deseos que me vaya y me haga un nombre glamoroso? ¿Prefieres a un hombre con más antecedentes honoríficos? ¿O es que ya no deseas que cuide de ti? ¿No he sido mínimamente capaz para complacerte?

La avalancha de preguntas la tomaron con la guardia baja, olvidando lo ágil que era Keigo para hablar, sintiéndose sin barreras por un segundo. El mismo fuego que se había apoderado de ella cuando se enfrentó a su padre, volvió a encenderse.

Se desenredó del agarre y bajo las manos en forma de puño. Su expresión entre indignación y pánico.

—¡No es nada de eso! —confesó como si la exclamación pudiera dar respuesta a todas las preguntas.

Keigo se acercó con cautela, envolviendo las manos encima de sus puños.

—Entonces, ¿Por qué me mencionas tal propuesta como si debiera pensarla?

—Eso es porque yo... —bajó su rostro, concentrando su visión en sus manos juntas— ni siquiera te pregunté lo que querías, simplemente me negué, y no sabía si tú...

—Me hizo feliz saber que no me cambiarías por nada de lo que te ofrecía tu padre —interrumpió—. Que yo significaba para ti más que cualquier cosa que pudo ofrecerte.

Fuyumi deshizo sus puños, envolviendo sus dedos con los de Keigo, ella empezó a mover su pulgar por el dorso de sus callosas manos.

—Eres más valioso que cualquier cosa que puedan ofrecerme, Keigo —susurró con suavidad, su semblante deshaciéndose por el cariño que su amigo despertaba en ella. No había nada que pudiera igualar lo que Keigo significaba para ella.

—Y también —Fuyumi sintió su aliento caliente cerca de sus orejas, inclinándose sobre su cabeza, su rostro se ruborizó— que me proclamarás como tuyo.

Intentó crear distancia por reflejo, sus palmas bien afianzadas en los dedos de Keigo apenas le permitieron dar un paso atrás.

—Debo disculparme por eso —añadió torpemente, todavía prefiriendo ver hacia sus manos unidas—. No era eso lo que quería-

—¿Qué querías decir, Fuyumi?

La garganta se le secó. Sintió su cuerpo contraerse como queriendo encogerse. Desde que eran niños, Fuyumi había accedido a llamarse por sus nombres siempre y cuando estuvieran solos, pero fue solamente hasta el cumpleaños número 20 de Keigo que le permitió usarlo en público, cosa que, por alguna razón, Keigo evitaba la mayoría de las veces, pero él nunca usaba su nombre en vano. Siempre disparando en el blanco.

Cuando escogió mejor el silencio largo a responderle. Keigo acomodó su barbilla en su cabeza, jalándola de regreso a sus brazos, envolviendo un brazo en su cintura y el otro apoyándose en la plenitud de su espalda. Las manos de Fuyumi terminaron en el pecho del rubio, sintiendo la calidez de su cuerpo y el lejano retumbar de su corazón sereno.

—No tienes por qué avergonzarte por eso, solamente dijiste los hechos. Soy tuyo.

—No eres ningún objeto. Solamente te perteneces a ti mismo.

—Siempre dices eso. Me parece que lo estás malinterpretando. No me refiero a que fui entregado a ti como un regalo.

Fuyumi se incorporó, sus anteojos ligeramente movidos de lugar, enfocándose en Keigo. Él tomó de nuevo la actividad de cepillar su cabello con los dedos.

—Hace años me dejaste en claro que me veías como un ser humano, me devolviste el cuerpo que por derecho te pertenece y me dejaste a mi voluntad que hacer con él —Detuvo sus movimientos al pasar un mechón de cabello plateado detrás de su oreja—. Y yo escogí venerarlo para ti. Es tuyo, todo de mí, es tuyo y tu voluntad es la mía.

—Pero ¿Qué es lo que tú quieres? —Se lamentó, incluso si algo dentro de ella estaba conmovida con sus palabras, la sensación de que ella le hubiera quitado la autonomía, quemaba, no quería que se quedara con ella solamente por deber o agradecimiento.

—¿Lo que yo quiero? Quedarme a tu lado. Tanto como se me permita.

—¿Incluso si abandonas la gloria?

Keigo se rio y empezó a negar con la cabeza, sus dedos ahora bajando a la altura del cuello femenino y su otra mano haciendo círculos en la espalda. El gesto era tan suave y confrontante como el plumaje de un ave que adormeció a Fuyumi, haciéndole imposible reaccionar ante la cercanía del tacto, perdiéndose en las piedras ágatas de su guardaespaldas y en la manera sincera y cálida que vibraban al verla.

—¿Qué mayor gloria tengo que mantener a salvo a la única persona que me importa?

La mano en su cuello se deslizó hasta subir ahora en su mejilla, levantando su barbilla con el pulgar. Sus rostros con apenas un espacio personal.

—Todas esas cosas —su voz más suave, sonaba irresistiblemente seductora—, no me importan, ¿qué es la vaga fama? ¿Qué es la gloria efímera? Mi muerte no tendría sentido, mi vida no tendría sentido. De buscar esas cosas, debo de luchar lo que me resta de mi vida para mantenerlo. Mi existencia solamente tiene sentido si es para dedicársela a ti.

Fuyumi sintió que las piernas le temblaban, casi cayéndose por la devoción y reverencia que los ojos dorados le dedicaban, y deseó ver que es lo que lo que hacía que brillaran tanto. Su rostro quemando, su órgano esencial debajo de caja torácica rebotando con un fervor que ensordecía sus oídos.

—Entonces... ¿eres feliz estando solo conmigo? —preguntó tímidamente, con un dejé de dolorosa esperanza, todavía incrédula de que solamente su existencia pudiera ser más que suficiente para alguien.

—Lo soy, mucho más de lo nunca pudiera soñar.

Fuyumi apretó los ojos, sentía como todo su cuerpo empezaba a temblar, su rostro se tornó de un bonito color bermellón semejante a las mechas de su cabello. La sensación de felicidad brotando desde lo más profundo de su alma, la ganas de abrazar a Keigo tan fuertemente y gritarle que nunca iba a dejarlo ir, quemó sus brazos, hasta que sintió su aliento rozar sus labios.

Abrió los ojos de golpe, la expresión descompuesta por el desconcierto, ruborizándose al recaer que habían estado demasiado juntos todo el tiempo, con el acariciándola de una manera inocente que la había desarmado.

—Pero decir que me hace feliz solo estando a tu lado, podría ser un poco falso —ladeo la cabeza, su sonrisa arrogante y más irresistible que nunca—. Podría haber estado satisfecho con ello en el pasado, pero ahora no. Soy más ambicioso de lo que podrías pensar.

Y antes de que pudiera decir algo, sus labios entreabiertos sin objetivo, fueron llenados por el interior tibio de Keigo, sintiendo como se movía de manera dulce y lenta dentro de su boca, pero haciendo hincapié en un lado posesivo que ciertamente no le conocía.

Sus cuerpos se envolvieron cuando Keigo llevó los brazos a su cintura y ella movió ambos brazos hacia su cuello. La sensación de unión creando ráfagas eléctricas en su cuerpo que debilitaba sus piernas. Un pequeño gemido emergió desde su interior y Keigo lo devoró con avidez, sin dar acceso a la apertura.

Ahogó un suspiro, la fina línea entre la adoración y el deseo fragmentándose, olvidando que estaba haciendo o qué debía hacer, embarcándose en la marea de satisfacción que Keigo provocaba al sostenerla en sus brazos, besándola con tanta codicia, como si hubiera estado anhelando eso desde hace mucho tiempo. Y Fuyumi no podía hacerse la idea ahora de que dejara de hacerlo, sucumbiendo a sus deseos más profundos y vergonzosos.

Hasta que escuchó el timbre de su casa y recordó que había estado esperando a su hermano y a su madre para comer en el patio.

Keigo le dio un mordisco en los labios inferiores antes de alejarla con una vuelta como si estuvieran en un baile.

Colocó una sonrisa inocente y despreocupada, como si no hubiera hecho absolutamente nada indecoroso, pero Fuyumi veía como sus ojos brillaban con altanería, consciente de lo que había hecho. Ella se movió como una muñeca hasta la estufa, siendo jalada por sus hábiles movimientos de baile. Sus ojos abiertos de par en par, todavía fijos en su figura, tardando en asimilar que había pasado y porque se habían detenido.

—Iré yo —musitó con excesiva dulzura, con una felicidad burbujeante en cada uno de sus gestos mientras Fuyumi seguía congelada—. Intuyo que querrás arreglarte antes de ver a tu madre.

Y se fue, todavía con la puerta cerrada de la cocina, podía escuchar su risa desapareciendo al final del pasillo mediante se acercaba a la entrada.

Fuyumi se movió de manera mecánica y rígida, asimilando que se había quedado sola y procesando lo que había sucedido en un instante. Llevó un mano a su cabello, revuelto por las atenciones de Keigo, luego a su ropa ligeramente salida de lugar. Sus dedos terminaron en sus labios, hinchados por el contacto, golpeándole en la cara con una bofetada de realidad.

Empezó a chillar como una ardilla, arreglándose rápidamente el cabello y la ropa con torpeza, sus movimientos incapaces de realizar tareas ante el bochorno que recaía en sus hombros, su rostro brillante de carmesí. Y él todavía se había ido riendo, seguramente sorbiendo toda su expresión ruborizada y deleitándose con ello.

El débil, pero estimulante dolor en sus labios le hacían saber que la escena en realidad había pasado y no había sido producto de sus fantasías.

Keigo la había besado, Keigo estaba interesado en ella. Keigo deseaba permanecer a su lado. Por voluntad propia, porque quería estar con ella.

Los chillidos de frustración y leve enojo por quedar atrás con tal aspecto inadecuado empezaron a disminuir para volverse chillidos de emoción, casi pudo saltar, pero en su lugar apretó los ojos y empezó a sonreír ampliamente.

Se llevó ambas manos a sus mejillas tratando de rebajar la sonrisa, pero no podía controlar su expresión facial. La sonrisa amenazando con quedarse ahí hasta que su rostro doliera.

Supongo que serás mío hasta que decidas lo contrario.

Bạn đang đọc truyện trên: TruyenTop.Vip