Tres letras: lío...


A estas alturas, ya podía estar seguro que estaba en un gran lío. Y por más que se esforzará, no lograba crear una oportunidad de librarse de él. Solamente le tocaba esperar a que algo mejorara o cambiara. Sentarse a pensar en cómo resolver el lío en que se sumergía cada vez más y más, complicando su existencia y la de sus seres amados.

Aspiro el potente aroma a ozono y ponedor invadía sus fosas nasales haciéndole estornudar. Una de las cosas que más le desagradaban de aquel lugar eran las constantes limpiezas que se le daban a la habitación con tal de esterilizar él área para su estancia. ¡Tampoco debían exagerar con sus cuidados! Era un tanto asfixiante el nivel de control que tenían con él. Se limpió la nariz con una sábana blanca de su cama, haciendo uso de su vendada cola y dio un salto caminando en dirección al espejo. Necesitaba una ducha para alejarse de todos esos molestos olores que hacían picar su nariz, por más tiempo que pasara, nunca lograba acostumbrarse al olor.

Se detuvo en el único espejo de la habitación, vio su suéter a rayas torcido y trató de arreglarlo haciendo uso de su larga cola, debía estar abrigado para no morir de hipotermia por el aire acondicionado de la habitación. Sino fuera por la amabilidad de algunos científicos al tratarlo, casi podría pensar que querían volverlo un témpano de hielo y analizarlo como si de una roca sin alma se tratase. Vio su rostro e hizo una mueca, provocando que resaltaran sus ojeras y le dieran a su semblante una expresión aún más cansada, más de lo que ya estaba por los constantes desvelos. No tenía buena pinta.

Cada vez que observaba su reflejo, podía percatarse de lo afectado que estaba su cuerpo por la constante angustia que vivía por la frustración en no dar el ancho con las áreas que se le asignaban, retrasando irremediablemente sus avances. Descuidando incluso su bienestar. Llevaba ya una cuarentena de casi dos meses, privado de sentir el calor de sus padres, de percibir la suavidad de sus cuerpos al darle un abrazo y conformándose con contemplarlos tras una ventana de grueso vidrio, mientras les veía sonreír como si todo estaba bien. Como si lo que le sucedía no fuese nada grave y que con un par de semanas aislando iba a poder mejorarse. Negándose incluso a acercarse a él, por temor a que su estado tan "impuro" del exterior podría contaminar el perfecto ambiente esterilizado que le rodeaba.

Sus padres no eran buenos mentirosos. Nunca le decían como estaba su condición y se lo guardaban para sufrir en silencio, pero la expresión de sus rostros cada vez que le veían ahí encerrado era desesperada, por más que lo disimularan. El lío en el que estaba metido no mejoraba, es más, iba en declive.

Colérico y confundido, dio fuertes patadas al suelo creyendo que así podría aliviar el pesar de su corazón. Detestaba sentir que sus padres estaban dejándole de lado tan fácilmente, mientas él sufría en soledad. Anhelaba tanto que en estos momentos se unieran en conjunto y se consolaran a mutuamente. ¡Al menos quería sentir su apoyo! Pero en su lugar, contemplaba cómo dejaban de visitarle para no pensar en su condición, para consolar sus corazón por cuenta propia de manera egoísta, ¿acaso creían que él podría asimilarlo todo solo? ¿O... sería que habría algo más que captaba la atención de los mayores...?

—N-No... ellos nunca me olvidaron, ellos me aman. Soy su único hijo —confesó con orgullo en voz alta, al fin y al cabo, estaba solo en esa habitación de paredes grises, a pesar de haber dos camas, el Doctor Gaster insistía en mantenerlo alejado (por el momento) de los demás pacientes, y sabía que lo hacía para su bien, pero no podía evitar sentir que estaba en una prisión.

Grande fue su sorpresa al escuchar un ruido venir de la ventana, como un toqueteó. Salto y dudo en girarse, ¿el Doctor le habría escuchado? No sabía como reaccionar a eso. Había memorizado las horas de chequeo, estaba casi seguro que aún era muy pronto como para que el científico real fuera verificar su condición.

Lentamente se fue girando pensando en mil y una excusas para zafarse de cualquier pregunta incómoda. Su mandíbula se descolgó cuando vio a una niña toqueteando el vidrio con el dedo índice —le daba la sensación que estaba en una gran pecera y la niña llegaba a invadir su serenidad—, y parada en una silla giratoria donde los científicos se sentaban a chequearlo. ¿Cómo había entrado? ¿Era otro científico que no conocía? ¡Pero era demasiado pequeña!

—Ejem...

Se aclaró la garganta la niña mientras que con la mano libre tomaba el micrófono el cual usaban para comunicarse con él cuando no entraban a la habitación.

—¿Klidlo...?

Cuestionó leyendo algún escrito en su mano mientras alzaba una ceja, parecía que no entendía lo escrito en la misma.

—Es Kiddo —aclaró el monstruo reptil descartando cualquier posibilidad de que la niña fuese alguien importante, pues ni siquiera leer podía.

La contraria hizo una perfecta "O" con su boca y asintió. Kiddo bufo molesto, girando su cuerpo dispuesto a ignorar a la mocosa esa cuando distinguió lo que las manos de la niña tenían. Frunció el entrecejo y mostró los colmillos, endureciendo su semblante.

La niña estaba revisando descaradamente todo el papeleo de los profesionales y leía oraciones cortas que apenas y podía pronunciar, como tratando de comprender a quien tenían enfrente. Más fastidiado, el monstruo gruñó, a la niña no parecía importarle desordenar los documentos que contenían sus pequeños avances, ella parecía ser más un estorbo para él.

—¡Ya deja! ¡Largo de aquí! —exclamo irritado y vio a la monstruo infantil saltar en su su lugar seguido de que le clavara esas grandes y perfectas circunferencias que eran los ojos de la monstruo.

Distinto a lo que esperaba, la niña no se ofendió por su grito y en su lugar sonrió burlona. Kiddo sintió que lo que venía no sería algo agradable cuando noto el brillo de la travesura en el rostro de la contraria.

Entro en pánico cuando vio una botella de agua en manos de la niña.

—No, no, no... ¡por favor no!

La niña monstruo dejó caer el líquido sobre los papales que yacían en el escritorio, lejos de la consola que monitoreaba todo el estado del monstruo reptil. Kiddo sentía que desfallecía y estaba al punto de ponerse a llorar, pero resistió.

—¡Detente, por favor!

Todos sus avances estaban ahí, si aquello se perdía, jamás podría regresar con sus padres, tardaría mucho tiempo en volver a hacer todos esos avances. Ya podía verse saliendo del laboratorio como un anciano encorvado con pocos días de vida, ¡Esa mocosa no podía arrancarle la oportunidad de volver con su familia y vivir su vida! La risa aguda de la niña monstruo resonaba por el micrófono, parecía disfrutar de su sufrimiento.

Kiddo cayó de rodillas y dejó caer unas pequeñas lágrimas por sus mejillas. Todo su tiempo se había ido al garete por esa mocosa que ni siquiera conocía, ¿Qué había hecho para merecerse eso? De reojo noto como la niña detenía su acción y se tornaba preocupado su semblante.

—Hey, n-no llores... ay no...

Su voz sonaba un tanto ansiosa y se volteaba a ver a sus costados, como si algunos de los botones de la consola y diera la respuesta para tranquilizar al monstruo reptil.

La puerta que llevaba al centro de controles se abrió de golpe, ocasionando que ambos infantes clavaran su vista en el nuevo ser que ingresó. La niña hizo una mueca y saltó de la silla giratoria para buscar un lugar donde esconderse al reconocer al segundo al mando del laboratorio, y por la expresión desconcertada y ansiosa que traía el felino, la niña temió por las conveniencias de su travesura.

—¡¿Kiddo?! ¿Qué tienes? Podía escuchar el pitido de la máquina hasta afuera, ¿por qué estás alterado?

El monstruo sin brazos se acaloró la garganta y se secó los ojos en el cuello de tortuga de suéter celeste, más no respondió. Extrañado, el felino revisó la máquina topándose con la cabeza de la niña, sobresaliendo de detrás de la máquina. Estaba tiesa, como creyendo que dos permanecía inmóvil se volvería invisible.

—¿Suzy?

Más perdido, el felino revisó la habitación, notando el desorden el escritorio.

—¿Qué hiciste?

Se cruzó de brazos, esperando una buena explicación.

Suzy ahogó un sollozo y comenzó a disculparse frenéticamente. Kiddo alzó una ceja más tranquilo, nadie iba a caer en esas lágrimas de cocodrilo. Incluso él podía ver lo fingidas que eran. El felino se agachó un tanto nervioso por ellas, y Kiddo quiso tener brazos para palmearse el rostro. Olvidaba lo amable que podía llegar a ser ese científico.

—Escúchame, Suzy, si, si... ya te perdono. Deja de llorar, ¿quieres? No, no estoy molesto, tampoco le diré a W.D... ya.

La niña hablaba demasiado rápido que incluso le era difícil al felino seguirle el ritmo a la energética monstruo. Por fin, Suzy se tranquilizó y dejó al monstruo mayor hablar.

—Escucha, no puedes hacer eso a Kiddo. Entiendo que te pidieron darle una visita, pero tenemos que mantener su estado en un constante equilibrio, no puedes venir a molestarlo solamente porque estabas aburrida.

—Pero es que no hay niños por mi casa... no hay nadie con quien jugar aquí... estoy muy sola.

Suzy se aferró a la gabacha del científico, entrecerrando sus ojos junto a un puchero de sus labios.

—Bueno, entonces, puedes hacerte amiga de Kiddo, como te la había comentado antes.

Contestó casi de inmediato, él no le tomaba atención al puchero de la niña, sino que tenía la mente en otro lado.

—¿Qué?

—¡Yay!

Suzy saltó contenta.

—Si... creo que es momento que Kiddo pueda relacionarse con otros monstruos, pues se ha hecho poco social aquí dentro...

El gato miraba hacia el techo, pensando en voz alta.

—Suzy sería buena compañía, por el momento.

—¡NO! —Se negó de inmediato el reptil, corriendo en dirección de la ventana para tratar de disuadir al felino de su decisión, desgraciadamente, el suelo terminó recibiendo el rostro del niño, impidiendo su avanzar.

Suzy no retuvo su carcajada mientras que el felino abría la compuerta que llevaba a la habitación de Kiddo y lo ayudó a levantarse, o al menos lo intentó, pues el reptil ya estaba usando su propio rostro de apoyo junto a sus rodillas para levantarse. Parecía un gusano celeste.

—No quiero a esa —Suzy le saco la lengua ante su falta de cortesía para con ella—. Quiero a mis padres, ¿han venido a visitarme?

El científico se agachó a su altura y acarició con paciencia la cabecita con cuernos del monstruo reptil. Sonrió tristemente y Kiddo supo que de nuevo, sus padres estaban ausentes y bajo la cabeza apretando los dientes. Casi al instante, el felino retomó el control del ambiente, tratando de agregarle algo más de carisma y serenidad.

—Relájate Kiddo, Suzy es buena compañía. Algo difícil al principio pero finalmente agradable. Te ayudará a no olvidar que se siente convivir con niños de tu edad, siendo que aún no puedes salir a jugar con ellos

Prefería estar solo antes que tener que convivir con esa niña tan voluble de personalidad, pero antes que pudiera argumentar en contra de Suzy, el felino le dejó una bolsa de malvaviscos de los que tanto le gustaban al reptil, pues tenían el tamaño de una taza y un relleno rojo, el científico solía traficarlos solamente para el niño, pues sabía lo mucho que le gustaban y lo estricto que era el científico real con la dieta del infante, por lo que el mayor siempre andaba con secretísimos para hacérselos llegar. Esa clase de detalles hacia él le llenaban de mucha paz.

El felino tuvo que dejar la habitación rápidamente, pues el monstruo "cabeza de anguila" (como lo llamaba Kiddo, pues nunca memorizaba sus raros nombres) le llamó a resolver un asunto, dejando a ambos niños en la habitación.

—Eres un ponededo —masculló con un tono irritado, pero con una pequeña sonrisa, pues al final había logrado obviar cualquier consecuencia.

—No quiero tener que ver algo contigo, piérdete —A falta de brazos, el reptil tomó la bolsa con sus dientes y le dio la espalda a la niña.

—Pues ahora seré, tu amiga, quieras o no.

—No quiero.

—Me querrás, ya verás.

Sin previo aviso, la niña salió corriendo de la habitación dejando al reptil un tanto extrañado, pero contento de deshacerte de ella. Con agilidad, se subió a su cama y mordisqueó la bolsa de golosinas con sus dientes hasta abrirla, y llevarse a la boca uno de sus nebulosos trozos de malvaviscos, endulzando su paladar.

La puerta se abrió de nuevo y la niña traía una caja de juguetes.

—Vamos a jugar.

—No.

Nadie le dice que no a Suzy. La pequeña jaló la cola envuelta en vendas del monstruo y lo coloco en el suelo con poca delicadeza. En reacción, el monstruo mostró sus colmillos tratando de intimidarla, la niña lo tomó del suéter con fuerza y sonrió con sorna, Suzy no se intimidaba con facilidad. Kiddo, que apenas y recordaba lo que su madre le decía sobre las niñas, no se molestó en tener compasión con ella, y con ayuda de su cola la tumbó a un lado, y se levantó.

Ofendida, la otra le devolvió el ataque, ambos pasaron tratando de tumbar a su contrincante, por un lado, la niña jalaba del suerte al otro, mientras que Kiddo le mordisqueaba el brazo. Hasta que al final ninguno pudo ganar y cayeron al mismo tiempo en el suelo.

—Eres persistente...

—Y tú muy terco.

Se observaron otro rato con rivalidad antes de echarse a carcajear con fuerza. Suzy fue la primera en levantarse e iba ayudar a Kiddo cuando noto que este se impulso con su cola para enderezarse.

—E independiente, para no tener brazos —musitó sorprendida.

—Tienes que adaptarte, ahora, ¿de qué van esos juegos?

Eso era parte de la niñez. No importaba en cuanto lío se metieran los infantes. O cuantos golpes recibiera del otro, al final, lograban olvidarse con una facilidad increíble de lo acontecido. Comenzando de nuevo.

Y de esa manera, una extraña amistad de aprecio y rivalidad se formó en medio de las grises paredes de una habitación del laboratorio real. Suzy comenzó a ir más seguido a la habitación de Kiddo, trayendo juegos o solamente tirando su verborrea clásica de lo mucho que admiraba al Doctor Gaster o incluso, describiéndole algunos eventos que habían sucedido recientemente. La niña podía ser una entrometida, pero tenía una capacidad de percepción que Kiddo admiraba. Por otro lado, la niña casi llegaba a envidiar lo inteligente que podía llegar a ser el reptil, siendo que pasaba demasiado tiempo en el laboratorio, él ya lograba comprender algunos de los conceptos y términos que ahí empleaban. Parecían ser un globo de aire y un cactus en constante convivencia que tenían un factor en común, ser los únicos jóvenes en la inmensidad y frialdad en el laboratorio, terminó uniéndolos.

Sin embargo, a pesar de la ayuda de aquella niña, el lío del monstruo reptil no se solucionó. Su situación continuó decayendo, pero al menos, una de las cosas que más atesoraría y que en algún momento en su vida serían luz para él, serían aquellas tardes cuando la niña le sacaba de quicio, haciéndole olvidar el terrible lío que era su enfermedad.

Después de todo, no existía ni existirá cura para lo "gris".

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