[101] LA AYUDA DE MIKE
June nunca había volado en un avión, y mientras el resto de sus amigos parecían emocionados con la experiencia, ella no compartía el entusiasmo. Apenas dos horas después del despegue, un malestar comenzó a arremolinarse en su estómago, haciéndola retorcerse incómoda en su asiento. El mareo fue empeorando poco a poco, obligándola a levantarse varias veces para ir al diminuto baño, esperando vomitar algo que le diera alivio.
En uno de esos intentos, John B soltó una broma de pésimo gusto sobre que quizá estaba embarazada. Y si las miradas mataran, probablemente estaría seis metros bajo tierra después de la que June le dedicó. Ward, con la voz áspera y cansada, explicó que lo más probable era que se tratara de mareo por movimiento, algo bastante común en vuelos largos.
Así que June pasó casi siete horas con la sensación de querer vaciar las entrañas pero sin poder hacerlo. Terminó durmiéndose la mayor parte del trayecto, con la frente apoyada contra la ventanilla fría y los brazos aferrados al reposabrazos, como si así pudiera engañar a su cuerpo. Solo despertaba en pequeños sobresaltos, pero logró descansar lo suficiente hasta que alguien la sacudió suavemente cuando ya estaban a media hora de aterrizar.
—Buenos días, bella durmiente —dijo Cleo en cuanto la vio abrir los ojos—. ¿Cómo te sientes?
—Como si me hubiera pasado un camión por encima —gruñó June, frotándose los ojos hinchados—. Necesito tocar tierra o voy a morirme aquí mismo.
Pope le acarició el brazo con suavidad—. Ya casi llegamos. Aguanta un poco más.
June asintió con un leve movimiento de cabeza, tragando saliva para contener otra oleada de náuseas—. ¿De qué hablaban? —preguntó con voz áspera.
John B intercambió una mirada con Sarah antes de encogerse de hombros—. Eh... quizá deberíamos asegurarnos de que siga dormido —murmuró, señalando con la barbilla a Ward, que estaba unos asientos más adelante.
Pope no perdió tiempo. Se levantó y caminó hacia él, observándolo con cautela antes de inclinarse. Pasó una mano frente a su rostro, agitándola un poco para comprobar si reaccionaba. El silencio era absoluto, roto solo por el rugido constante de los motores. Nada. Ward no se movió, y el grupo soltó un suspiro colectivo de alivio.
Pope regresó junto a June, que se enderezó un poco en su asiento, todavía con el corazón latiéndole fuerte en el pecho—. Está dormido.
John B asintió—. Muy bien —miró por la ventanilla—. Tres Rocas, ahí dijo Neville que encontraríamos al tipo. Solana, el sitio arqueológico. Creo que ahí llevan a mi papá —sacó algo del bolsillo trasero—. Neville me dio este mapa. Dijo que estaría aquí.
Sarah le quitó el papel para mostrárselo a los demás. Cuando vieron que se trataba de un dibujo hecho a las apuradas, frunció el ceño—. ¿Este es el mapa que seguimos?
—Es el único que ha estado ahí —respondió John B.
June lo tomó y murmuró—: Parece poco confiable.
—He estado en pueblos fluviales como este —dijo Cleo mientras miraba por la ventanilla—. Son peligrosos.
Pope miró a John B, quien suspiró pesadamente—. Tranquilo. Hallaremos a Singh, rescataremos a tu papá y hallaremos el Dorado. Es fácil.
Sarah asintió, y John B le preguntó—: ¿Segura que no sabe nada?
—No por mí —respondió ella, mirando brevemente a su padre.
—Bien —dijo John B—. Primero debemos encontrar a un tal José y luego ir río arriba.
—¿Creen que JJ y Kie estén aquí? —preguntó June de repente.
—Tal vez, pero no contaría con ello —respondió Pope.
Antes de que pudiera replicar, un movimiento detrás de ellos llamó la atención. Ward abrió los ojos lentamente, parpadeando como si regresara de un sueño profundo. El aire se cargó de incomodidad, y el grupo guardó silencio de inmediato. Nadie dijo nada más, como si hasta el más mínimo sonido pudiera despertar un conflicto que no estaban listos para afrontar.
El resto del viaje transcurrió en una tensa calma, con solo el rugido de los motores llenando el espacio. Cada minuto se estiraba como si durara una eternidad, hasta que finalmente, cuarenta minutos más tarde, el avión descendió sobre tierra firme.
Al salir, fueron recibidos por un paisaje desolador. No había rastro de civilización: solo montañas imponentes recortadas contra el cielo y una vegetación espesa que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. El viento levantaba polvo seco alrededor de sus botas, acentuando la sensación de abandono.
—Les dije. Es como el Lejano Oeste —comentó Cleo, rompiendo el silencio mientras giraba lentamente sobre sí misma para observar el lugar.
Era cierto. Aquel paraje parecía detenido en el tiempo, aislado del mundo, como si nadie hubiera puesto un pie allí en siglos.
La voz de Ward se escuchó desde la distancia—. ¡Sarah!
—Papá, ¿qué haces? —preguntó ella al verlo descender las escaleras.
—Iré —respondió él como si fuera obvio.
—No. Nos trajiste aquí como dijiste —espetó Sarah—. Ahora ve a Guadalupe.
—Es mucho para ustedes —dijo Ward.
—Necesitas un doctor —espetó Sarah con exasperación.
—Les ayudaré —insistió él.
—¡No! —gritó Sarah—. Regresa al avión. Prometiste no ser parte de esto. No —se giró y caminó hacia sus amigos, murmurando—: Larguémonos de aquí.
Unos minutos después, lograron pedir un taxi que Ward pagó sin rechistar. El camino fue largo y silencioso, casi veinte minutos en los que apenas cruzaron palabra.
Cuando el auto se detuvo en un pequeño pueblo polvoriento, bajaron y fueron recibidos por una calle principal sorprendentemente animada. Faroles iluminaban las fachadas desgastadas de los edificios, y el aire se llenaba del olor a comida frita y algodón de azúcar. Niños corrían de un lado a otro, algunos lanzando chispas de bengalas mientras reían.
El contraste con el silencio del camino los dejó momentáneamente desorientados. Los Pogues quedaron de pie en la acera, con las mochilas colgadas, sin saber hacia dónde dirigirse en medio de aquel bullicio.
Pope miró a su alrededor—. Está ajetreado.
—Parece una fiesta local, ¿no? —dijo Cleo.
—Supongamos que Singh ya fue río arriba —dijo John B, yendo al punto—. Buscamos a un José que nos llevará a la excavación.
—José. ¿Sabes el apellido o...? —preguntó June.
—No sé el apellido —respondió John B.
Cleo suspiró—. Será como buscar una aguja en un pajar.
—Supongo que los guías están junto al río —dijo Sarah, mirando a su alrededor.
Pope asintió—. Sí, pero si son como los de OBX, se emborrachan en las fiestas.
—Entonces empecemos con los bares —sugirió June.
—Bien. Divide y vencerás —respondió Sarah, entrelazando su mano con la de John B antes de alejarse con él por la calle iluminada por el sol.
Pope, Cleo y June quedaron juntos, avanzando por la vereda mientras los rayos del sol calentaban la calle polvorienta. Preguntaron en varios bares con mesas de madera gastadas, cafeterías con toldos desteñidos y tiendas donde los dueños limpiaban vidrios con trapos viejos.
La mayoría de la gente respondía con indiferencia o negaba con la cabeza, algunos mirándolos con curiosidad y otros claramente molestos por la interrupción. Cleo decidió apartarse para hablar con un grupo de hombres sentados afuera de una cafetería, gesticulando y señalando hacia la plaza mientras Pope y June esperaban a unos metros.
Se quedaron conversando unos minutos, escuchando el murmullo de la gente, el golpeteo de los juegos mecánicos y el aroma dulce de algodón de azúcar y churros recién hechos. Finalmente, vieron a Cleo regresar, caminando con paso firme, la frente ligeramente fruncida y expresión seria.
—¿Tuviste suerte? —preguntó June en cuanto estuvo lo suficientemente cerca.
—No conocen a nadie llamado José —dijo Cleo—. Se supone que el tipo está en ese barco.
Al oír el ruido de un Jeep acercándose a toda velocidad, June frunció el ceño—. No se ven amigables.
Pope asintió, tomando su mano y diciendo—: Corran.
Sin pensarlo, comenzaron a correr por la calle principal del pueblo. Las luces de los faroles se reflejaban en los charcos de agua de la lluvia de la noche anterior, y el sonido de sus pasos resonaba entre los edificios bajos y coloridos. Las voces de los niños jugando y los vendedores de la feria se desvanecieron detrás de ellos, reemplazadas por el rugido amenazante del motor del Jeep que los perseguía.
A lo lejos, vieron un autobús detenido , y sin dudarlo, Pope tiró de June hacia la acera y corrieron hacia él.
—Dios mío —susurró ella, observando a su hermano en la ventana del autobús, saludándolos—. ¿Cómo...?
Pope corrió hacia él y chocaron los cinco—. ¿Qué...?
—¡Debemos irnos! —gritó Cleo al pasar—. ¡Vamos!
—¿Es en serio? —dijo Kiara.
—¡Vamos! —espetó June, dándole la vuelta al autobús para esconderse.
—¿Qué pasó? —preguntó Kiara cuando se encontraron.
—Los hombres de Singh —respondió Pope—. Nos siguen. Necesitamos un plan.
JJ miró a su alrededor—. ¿Por qué no secuestramos el autobús?
—¿Este autobús? Solo va a 15 km por hora —replicó Kiara.
—Solo sugería —espetó JJ.
—¡Chicos! —dijo June al ver que el Jeep se detenía en la cuadra de enfrente—. ¡Ya vienen! ¡Escóndanse!
June y Pope comenzaron a avanzar lentamente, pasando entre la gente mientras susurraban—: Lo siento, lo siento —cada vez que rozaban a alguien, con la intención de no llamar la atención y escapar del Jeep que todavía rondaba cerca.
Llegaron a un puesto de limones al borde de la feria y se agacharon detrás de las cajas apiladas, pegándose al suelo mientras controlaban la respiración. El sol iluminaba los cítricos, haciendo que los colores amarillos y verdes resaltaran incluso en la sombra del puesto.
Desde su escondite, escucharon a los hombres del Jeep hablar con algunos turistas. La conversación estaba en otro idioma, y aunque June no entendía la mayoría, el tono era bajo y calculador, y las pocas palabras que alcanzaba a captar hacían que el corazón le diera un vuelco. JJ, que estaba a su lado, hizo un gesto para que se mantuvieran en silencio, tensando los músculos y moviendo un dedo sobre sus labios mientras observaba cada movimiento de los hombres.
—Bien. Por aquí —dijo uno de los hombres con voz autoritaria—. ¡Muévanse! ¡Fuera de mi camino!
Desde su escondite, June, Pope y Cleo los observaron pasar. Llevaban armas enormes y caminaban con paso firme, revisando cada rincón del autobús en busca del grupo, pero no encontraron nada.
—Bien, Fenny, vamos —dijo uno de ellos—. Revisemos el callejón.
Se alejaron, y pronto escucharon el rugido del Jeep desapareciendo a lo lejos. June soltó un suspiro de alivio y Pope se permitió estirarse un poco.
—Bienvenidos a Sudamérica —dijo Cleo con una sonrisa irónica, mientras se incorporaban y miraban a su alrededor.
La vegetación se extendía densa a su alrededor: enormes árboles con raíces gruesas y enredaderas colgando, hojas verdes que casi bloqueaban la luz del sol, y el aire cargado de humedad y el aroma intenso de tierra mojada y vegetación exuberante.
De repente, Mike Barracuda apareció entre la maleza, y June se quedó paralizada—. ¿¡Qué diablos!? ¿Cómo llegó él aquí?
—Tranquila —dijo JJ rápidamente, colocándose al lado de June—. Él nos trajo, era la única forma de salir de este lío.
Mike no perdió tiempo y se acercó a ellos, diciendo—: Salgamos de aquí.
Sin dudarlo, comenzaron a moverse por la vegetación; las ramas crujían bajo sus pies y los insectos zumbaban alrededor, mientras el aire caliente y húmedo les pegaba a la piel. Mike lideraba la caminata, JJ y Kiara justo detrás de él, y June, Pope y Cleo cerrando la fila, atentos a cualquier sonido extraño.
Cada paso estaba cargado de tensión: el suelo resbaladizo y las raíces que sobresalían podían hacerlos tropezar, y cualquier ruido podía delatarlos ante los hombres que todavía rondaban el pueblo. El lugar parecía viva, llena de sonidos de aves, mientras avanzaban con cuidado hacia el río y el bote que los esperaba.
—¿Tienen algo para protegerse? —preguntó Mike.
—Uh... estoy trabajando en eso —respondió JJ.
—Toma —dijo Mike, pasándole una bolsa.
June frunció el ceño—. ¿Qué es eso?
—Machetes. Los necesitarán —respondió Mike. Cuando llegaron al bote, miró a JJ—. Estoy agregando el costo de esto a lo que ya me debes. No espero volver a verlos.
—Sí —dijo JJ.
—Pregunté en los alrededores hoy —continuó Mike—. Sus amigos se fueron, pero me indicaron cómo llegar a El Tesoro —le entregó un papel doblado a JJ—. Es bastante impreciso. Solo José conoce el verdadero camino, pero quizá los acerque. Es un comienzo.
Pope asintió—. Gracias.
—No me agradezcan —dijo Mike—. Comiencen a rezar —el grupo comenzó a subir al pequeño bote, pero antes de que JJ pudiera subir, lo detuvo—. JJ.
—¿Sí?
—Estás en deuda. Demasiado —murmuró Mike antes de bajar al agua y comenzar a empujar el bote—. Suerte.
El bote donde viajaban tenía un techo improvisado hecho de telas gruesas, sujetas con cuerdas a la estructura de madera, que los protegía del rocío y la humedad de la noche. Se acomodaron sobre cojines y cajas, intentando descansar mientras el bote navegaba lentamente por el río serpenteante. El sonido del agua chocando contra la madera, mezclado con el canto lejano de insectos y ranas, les mantuvo alerta toda la noche.
June apenas cerró los ojos, envuelta en la tela que olía a tierra y madera húmeda, mientras Pope vigilaba cada movimiento en el río con la mirada tensa. JJ y Kiara se turnaban para mirar el agua, atentos a cualquier señal de peligro. La brisa nocturna les rozaba la cara, y el aire estaba cargado del olor penetrante de la vegetación y de hojas en descomposición flotando sobre la corriente.
Al amanecer, con la luz filtrándose entre los árboles y el cielo empezando a teñirse de naranja y rosa, divisaron varios botes cerca de ellos. JJ frunció el ceño—. Creo que es Singh.
Se agazaparon bajo el techo de telas, conteniendo la respiración mientras observaban desde su escondite improvisado. Los botes pasaron lentamente, y por un momento parecieron ignorarlos. Esperaron pacientemente, congelados de tensión, y media hora después los vieron de nuevo, navegando en la misma dirección, como si patrullaran el río.
JJ hizo un gesto para que permanecieran en silencio y agachados, mientras Pope y June apenas respiraban, atentos a los botes que avanzaban entre la neblina de la mañana y la vegetación densa que cubría las orillas del río.
—JJ, tenías razón —dijo June al ver el bote pasar—. Son Singh y sus hombres.
—Pero no nos están buscando —añadió Cleo—. Van muy rápido.
—Están buscando a John B y Sarah —dijo JJ—. Sabrán hacia dónde van —se levantó—. Vamos. Nos necesitarán.
—No te acerques demasiado —dijo Kiara.
Después de un rato, los botes que los habían estado siguiendo desaparecieron de su vista. JJ soltó un suspiro de alivio y, junto con Kiara, sacaron el mapa que habían traído para orientarse. June y Pope se agacharon sobre la superficie del bote, intentando leerlo, pero la humedad y la complejidad de los símbolos y rutas hacían que descifrarlo fuera casi imposible.
Finalmente, tras varios minutos de esfuerzo y varias correcciones de rumbo, comenzaron a divisar un lugar al frente: un pequeño puerto escondido entre la vegetación, lleno de muelles de madera que crujían bajo su propio peso y botes pequeños amarrados a cada lado. Las tablas de los muelles estaban gastadas y húmedas, algunas cubiertas de musgo, y el agua reflejaba el cielo despejado de la mañana mezclado con las sombras de la jungla que lo rodeaba. Los botes oscilaban suavemente con la corriente, y algunos tenían redes colgando, restos de pesca reciente, mientras se percibía el olor a agua estancada y madera mojada.
—Creo que esto es El Tesoro —dijo Pope—. Se supone que el camino comienza aquí.
June miró a su alrededor, encontrando a uno de los hombres demasiado familiar. Cuando se dio cuenta de quién era, dijo—: Mierda, uno de los tipos de Singh. ¿Qué haremos?
—Debemos pasarlo de algún modo —espetó Cleo.
—Tengo una idea —dijo JJ.
June suspiró. Las ideas de JJ siempre eran una locura, pero no tenían otra opción. Les explico el plan, y el grupo decidió refugiarse en una pequeña cabaña cercana, hecha de madera y con un techo de telas que apenas los protegía del rocío. Se agacharon junto a la pared, escuchando el crujido de la madera bajo el viento y el agua.
June comenzó con el plan, arrojándole al hombre un papel. Cuando lo levantó, lo escuchó decir—: "En cinco segundos, escucharás un disparo. Es tu advertencia" —se giró instantáneamente al escuchar el primer "disparo"—. ¡Miguel! ¡Nos disparan!
—¿Dónde están? —preguntó la voz de otro hombre.
—¿Se lo creyó? —le preguntó JJ a Kiara desde donde estaban escondidos.
Ella asintió—. Sí.
Pope encendió un cohete que habían robado y lo revoleó hacia donde estaba el hombre, escuchándolo gritar—: ¡Mierda, estamos rodeados!
June vio al hombre esconderse detrás de unas cajas y apuntar con el arma hacia la dirección contraria de donde se encontraban—. Mierda, abajo.
—¡Pope, arroja más! —espetó JJ al escuchar los disparos.
Pope asintió y tomó dos cohetes más, encendiéndolos y tirándolos rápidamente hacia donde se encontraban los hombres. Se escucharon dos explosiones y algunos gritos, e incluso June y las chicas tuvieron que agacharse por lo cerca que había explotado.
—¡Son demasiados! —gritó un hombre—. ¡Vámonos de aquí!
Las chicas celebraron silenciosamente al verlos alejándose en los botes, y se dieron a vuelta justo a tiempo para ver a JJ tirar un cohete más en su dirección. Cuando el murmullo de voces dejó de escucharse, tanto Pope como JJ sonrieron e hicieron un apretón de manos.
—Creo que estamos mejorando —dijo JJ.
Pope le guiñó un ojo—. Sí.
—Oigan, no hay tiempo para celebrar —dijo Cleo mientras pasaba entre medio de ellos—. Aún no logramos nada.
Kiara la siguió—. Es cierto.
JJ miró a Pope—. Si logramos algo. Bien hecho, soldado.
—Un poco —rió Pope.
June puso los ojos en blanco, pasando un brazo alrededor de cada uno con una sonrisa en su rostro—. Son unos idiotas.
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