[85] UN MES
Poguelandia se había convertido en el paraíso de los Pogues.
Desde que habían llegado a la pequeña isla todo se sentía más simple. Más libre. Llevaban casi un mes a la deriva, y aunque las primeras semanas estuvieron marcadas por el cansancio, el hambre y el caos, se habían acostumbrado al sol abrasador, a los pies descalzos, al sabor a sal en los labios y a la vida sin horarios.
Sus días comenzaban con el sol colándose entre las hojas de las palmeras y el sonido de JJ cantando algo fuera de tono mientras intentaba prender fuego para el desayuno. Se había formado una rutina sin que nadie la planerara: pescaban, buscaban cocos, nadaban, surfeaban (o eso intentaban) y, cuando el sol comenzaba a bajar, se reunían alrededor del fuego para hablar de cualquier cosa menos de lo que habían dejado atrás.
Por supuesto que todavía tenían una pequeña esperanza de rescate. Pope, Cleo y June habían armado un fuego como señal por si alguna vez veían barcos o aviones cerca de la isla, pero hasta el momento no lo habían encendido.
Esa tarde, June salió del agua riendo, empapada y con el cabello pegado al rostro. Había estado nadando con Pope, John B y Sarah, y el cansancio en sus músculos era la mejor sensación que había sentido en semanas.
Mientras caminaba por la orilla, se sacudió el exceso de agua y echó un vistazo a la bandera que JJ había colgado en la cima de una palmera cercana. Era un trapo viejo, pintado con una de las grandiosas ideas de su hermano y las palabras "Poguelandia" en letras desiguales, pero había algo en esa bandera que hacía que todo pareciera más real.
—No puedo creer que en realidad se vea bien —comentó June, cruzándose de brazos, mientras Pope se paraba a su lado con una sonrisa.
—Debo admitir que tiene su encanto —dijo Pope.
Sarah asintió—. Sí, ¿quién hubiera pensado que JJ sería tan talentoso en lo artístico? Ni siquiera estaba drogado cuando lo hizo. ¿Se imaginan lo que haría en ese caso?
—Podría ser Van Gogh —dijo June—. Si alguna vez nos rescatan, tendré que explotar sus habilidades artísticas.
John B rió—. Sí, buena suerte al intentar convencer a JJ.
La voz de Kiara se escuchó a la distancia—. Chicos, ¿dónde están? ¡La cena estará lista en media hora!
—¡Ya vamos! —gritó John B.
Los cuatro comenzaron el camino de regreso a su pequeño campamento, caminando descalzos sobre la arena tibia mientras el sol comenzaba a bajar en el horizonte. Habían logrado construir un refugio sencillo con ramas, hojas de palma y algo de ingenio colectivo, suficiente para protegerlos de la lluvia ocasional. Por suerte, el calor del Caribe hacía que las noches no fueran tan frías como esperaban.
Antes de acercarse al grupo, June se desvió en silencio hacia una soga improvisada donde dejaban su ropa para secar. El viento le erizaba la piel húmeda mientras caminaba entre la vegetación baja, con el cabello aún chorreando agua salada sobre sus hombros.
En ese momento solo llevaba su ropa interior, lo que, dadas las circunstancias, funcionaba como una especie de bikini improvisado. La tela seguía húmeda y algo salada por el mar, y aunque el calor ayudaba, no dejaba de sentirse algo expuesta.
Se acercó a la ropa y palpó su camiseta colgada, esperando que el sol la hubiera secado del todo, pero no tuvo suerte ya que todavía se encontraba mojada. Suspiró resignada, dejando caer los hombros por un momento, y se dio la vuelta justo para encontrarse con Pope de pie tras ella.
—¡Dios mío, Pope! —exclamó June, llevándose una mano al pecho—. Me asustaste.
Pope alzó las manos en señal de paz, sonriendo con suavidad—. Lo siento, no quería espiarte ni nada... solo quería ver si necesitabas ayuda.
June lo miró durante unos segundos, su respiración todavía acelerada del susto, antes de sonreír con ternura—. Estoy bien. Solo esperaba que mi ropa ya estuviera seca, pero parece que no tengo tanta suerte.
—Bueno, que conste que te ves hermosa así —dijo Pope—. Quiero decir... siempre lo estás.
—Gracias —susurró June, sintiendo un breve calor en sus mejillas—. Y tú... deberías dejar de decir cosas así si no quieres que me enamore más de ti.
Él soltó una risa suave, dando un paso más cerca—. Ya es un poco tarde para eso.
June sonrió—. Tienes razón.
—Estoy seguro de que mi camiseta está seca —murmuró Pope, acercándose para comprobarlo—. Sí, definitivamente. ¿Quieres usarla? No te cubrirá del todo, pero es algo.
—Gracias —dijo June—. Eres mi héroe.
—Siempre, princesa —susurró Pope antes de inclinarse para besarla.
Cuando se separaron, June se cambió rápidamente, encontrando comfort en el hecho de que ahora no estaba tan desnuda como antes. Cuando estuvo lista, caminaron hacia donde se encontraban sus amigos con los estómagos rugiendo del hambre. Cleo y Kiara estaban sirviendo la comida en unos platos improvisados mientras JJ relataba un historia absurda en el medio del círculo.
—Y justo cuando el pez casi se me escapa, lo miré a los ojos y le dije: "¡Hoy no, bastardo!" —espetó, gesticulando con las manos mientras sostenía su cuchillo de pesca como si fuera una espada.
—Eso jamás pasó —rió Cleo, negando la cabeza—. Yo estuve ahí, y no dijiste nada. Solo gritaste como una niña y saltaste al agua.
—Suena como JJ —murmuró John B con una sonrisa.
—Es parte del drama —dijo JJ ofendido, mirando a Cleo—. No arruines la narrativa.
Pope se dejó caer junto a John B y Sarah, que estaban acurrucados en una esquina, y extendió su mano hacia June. Ella sonrió antes de sentarse a su lado con las piernas cruzadas, tomando el plato que Kiara les había entregado en cuanto los vio.
—¿Saben qué es lo único que extraño? —murmuró Pope, captando la atención de los demás—. Una pizza decente.
—Ugh, Pope. Se me hace agua la boca con solo pensarlo —dijo June.
—Lástima que aquí solo tenemos sardinas asadas y cocos —murmuró Kiara—. Y ni siquiera sardinas buenas.
—¡Oye! —espetó JJ—. No pueden quejarse de las mías. Son las mejores porque las atrapo con mi energía espiritual. Algo que ustedes no poseen.
—Cielos —dijo Cleo—. Este chico es más imaginativo de lo que pensé.
—
Más tarde, cuando el cielo se volvió negro y las estrellas cubrieron todo el horizonte, Pope y June se alejaron del grupo en silencio. Se dirigieron a una parte de la playa que estaba desolada, y caminaron por un largo rato.
—Esto no está tan mal —dijo June, mirando las estrellas—. Vivir así.
—Definitivamente hay cosas peores —respondió Pope, entrelazando sus dedos con los de ella.
—¿Cómo qué? —preguntó June.
Pope fingió pensarlo—. Tener que volver a clase de química.
June se rió por lo bajo—. Por favor, todos sabemos que te iba bien en eso.
—Me atrapaste —dijo Pope, soltando una risita antes de quedarse en silencio—. Nunca imaginé que terminaríamos aquí.
—Yo tampoco —murmuró June—. Pero... sé que extrañas tu casa y a tus padres.
Pope la miró con cierta sorpresa, como si no esperara que lo dijera en voz alta—. Sí —admitió después de unos segundos—. Es difícil no pensar en ellos. Deben estar volviéndose locos; especialmente mi papá.
June asintió—. Se preocupa por ti.
—Lo sé —dijo Pope mientras continuaban caminando—. Hay días en los que me siento culpable por no estar allí. Por no poder decirle que estoy bien.
—Es normal que los extrañes —murmuró June—. Ellos te aman, se preocupan por ti, y es muy probable que estén esperando que regreses a casa.
—Sí, eso es verdad —dijo Pope—. Por más que me encante nuestra vida en Poguelandia, no sería tan malo regresar a casa, ¿no?
June se encogió de hombros—. Supongo —cuando Pope frunció el ceño, añadió—: Quiero decir, seamos honestos. JJ y yo no tenemos nada en Outer Banks. JJ me contó todo lo que pasó con Luke, la manera en la que se fue como si no le importáramos... no lo sé.
Pope la miró con simpatía en sus ojos—. June...
—Está bien —lo interrumpió ella con una sonrisa suave, aunque triste—. No lo digo como algo malo. Solo... es la verdad. Yo no tengo nada.
Él se detuvo, tirando suavemente de su mano hasta que quedó parada justo frente a él. Había algo en su mirada, una mezcla de tristeza, preocupación y una determinación silenciosa, que le apretó el pecho. June sostuvo su mirada por un momento, y en esos segundos, Pope no vio a la chica fuerte y desafiante que solía enfrentarlo con sarcasmo o sonrisas despreocupadas, sino a alguien que había aprendido a sobrevivir sin que nadie la protegiera.
Le dolía. Le dolía saber que ella nunca había tenido lo que él, por más frustraciones que hubiera sentido con su vida antes, sí tuvo: una casa donde volver y unos padres que se preocupaban.
Sin decir una palabra, Pope la abrazó. La atrajo hacia su pecho y la rodeó con los brazos como si pudiera, de alguna forma, cubrirla de todos los golpes del pasado. June se quedó quieta por un instante, pero luego se dejó caer contra él, hundiendo la frente en su hombro.
—Me tienes a mí —susurró Pope en voz baja—. Siempre.
June cerró los ojos por un segundo, apretándose contra su pecho—. Y eso es suficiente.
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