(02) COMPAÑÍA NO DESEADA
Kira pasó la mayor parte de los últimos siete meses navegando sin rumbo fijo, pasando de isla en isla sin quedarse demasiado tiempo en un solo lugar. Nunca permitía que nadie se acercara demasiado a ella, y nunca dormía dos noches seguidas en el mismo sitio.
No podía darse ese lujo. La traición de la tripulación de su padre aún pesaba sobre sus hombros, un recordatorio constante de que la confianza era un lujo que no podía permitirse.
Antes, su padre había sido su brújula, la única certeza en su vida errante, y cuando lo perdió, sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Pero en vez de permitirse quebrarse, hizo lo único que sabía hacer: sobrevivir. No lloró por él. Enterró su duelo tan profundo que, con el tiempo, casi pudo convencerse de que nunca estuvo allí.
Pero en noches silenciosas, cuando el mar estaba en calma y no había ruido para distraerla, la imagen de su padre volvía a ella. Su risa grave, su mirada cansada pero llena de orgullo, y el último instante en que lo vio con vida, enfrentando a la tripulación que antes llamaban familia.
No pensaba en ello. No se permitía hacerlo.
Su vida se había reducido a un ciclo interminable de supervivencia: robaba cuando era necesario, luchaba cuando no tenía opción y evitaba compromisos que pudieran atarla a un lugar o a una causa. Así que seguía moviéndose, seguía huyendo. Porque detenerse significaba recordar, y recordar dolía demasiado.
Sin embargo, incluso la vida errante tenía sus límites.
Fue cuando su bote necesitaba provisiones, y su cuerpo, un descanso, donde esa rutina terminó.
Estaba en una pequeña isla sin mucha presencia naval, buscando algo que comer. El mercado estaba abarrotado de gente, el bullicio de los comerciantes y compradores llenando el aire con una sinfonía de voces y regateos. El aroma a pescado fresco, especias y pan recién horneado flotaba en el aire, mezclándose con el calor del mediodía.
Kira avanzaba entre los puestos con la capucha de su abrigo cubriéndole el rostro, su mirada escaneando los productos con aparente indiferencia. No tenía dinero ni intenciones de pagar.
Sus pasos eran ligeros, su presencia casi imperceptible entre la multitud. Al pasar junto a un puesto de frutas, sus manos se movieron con rapidez y precisión, ocultando un par de manzanas bajo su abrigo antes de alejarse sin ser vista.
Su corazón latía con fuerza, pero su expresión se mantuvo serena. Dobló por un callejón estrecho y polvoriento, donde el olor a salitre se mezclaba con el hedor de basura y humedad. Su estómago rugió con fuerza, recordándole que llevaba dos días sin probar bocado.
Se apoyó contra la pared de piedra, el ladrillo áspero bajo sus dedos. Levantó la manzana hasta su boca, pero un murmullo a su izquierda la hizo detenerse.
Un grupo de niños, harapientos y delgados, se encontraban acurrucados en el suelo. Sus ojos grandes y hambrientos seguían cada movimiento de los transeúntes, fijos en la comida que otros disfrutaban en la plaza.
Uno de ellos, de no más de seis años, lamía con desesperación los restos de un pan endurecido, mientras otro abrazaba sus rodillas, con la mirada vacía y las mejillas hundidas.
-Eso se ve delicioso, ¿verdad, Kai? -le dijo uno de los niños a otro, observando a un hombre comiendo un emparedado.
-Sí, Tim -respondió el niño, Kai-. No mires, así será más fácil.
Kira suspiró, sintiendo el peso de su propia hambre mientras observaba a los niños. Uno de ellos apartó la mirada con resignación, como si estuviera acostumbrado a que los transeúntes los ignoraran. Otro bajó la cabeza, ocultando su expresión tras mechones de cabello enmarañado.
Su estómago rugió nuevamente en protesta, pero Kira ignoró la sensación. Apretando los labios, se acercó a ellos y se agachó con cautela.
-Hola -dijo Kira, agachándose a su altura. Los niños se encogieron en su lugar, claramente asustados ante la presencia de una extraña-. Está bien, no voy a hacerles daño. Mi nombre es Kira.
Los niños se miraron entre ellos, hasta que el más alto se acercó a ella-. Hola. Mi nombre es Kai -dijo, señalando al otro niño-. Y él es Tim.
-Es un placer conocerlos, Kai y Tim -respondió Kira, sonriéndoles-. Saben, una dulce señora me regaló un par de manzanas, pero comí tantas que no puedo terminar el resto. ¿Creen que podrían hacerlo por mí?
Los ojos de ambos niños se iluminaron ante la pregunta, y el más pequeño asintió entusiasmado-. Sí, sí, podemos.
-Me alegra escuchar eso. Aquí tienen -dijo Kira, colocando las manzanas en sus manos pequeñas y sucias.
Los niños la miraron con una sonrisa en sus rostros, aceptando la comida con una mezcla de gratitud y sorpresa. Tim, el niño de cabello revuelto y ojos brillantes, le dedicó una sonrisa antes de morder la fruta con avidez, como si temiera que desapareciera de sus manos en cualquier momento. Kai, más reservado, sostuvo la manzana con cuidado antes de darle un pequeño mordisco, saboreándola como si fuera el mejor manjar del mundo.
Kira los observó por un instante, sintiendo una punzada en el pecho que no supo cómo nombrar. No era compasión ni arrepentimiento. Quizá un eco de algo olvidado hace mucho tiempo.
No puedes permitirte sentimentalismos, pensó para sí misma.
Sacudió la cabeza y se puso de pie, ajustándose la capucha del abrigo. Lo mejor era marcharse antes de que alguien notara su presencia o, peor aún, reconociera su rostro. Se mezcló entre la multitud, deslizándose entre los cuerpos apresurados que llenaban la calle transitada.
Sin embargo, antes de que pudiera alejarse del todo, una voz alegre la detuvo.
-¡Oye! ¡Tú! La de la capucha -dijo la voz.
Kira se tensó de inmediato. No necesitaba girarse para saber que la llamaban a ella. Su instinto le gritó que siguiera caminando, que desapareciera entre los callejones antes de que fuera demasiado tarde. Pero algo en la entonación de aquella voz, demasiado entusiasta, demasiado segura, la hizo detenerse, aunque solo fuera por un segundo.
Se giró bruscamente, su mano ya instintivamente en la empuñadura de sus dagas, lista para actuar si era necesario. Sus músculos se tensaron, sus sentidos afilándose en un instante.
Frente a ella, un joven de cabello negro y una gran sonrisa la observaba con una curiosidad despreocupada. No parecía intimidado por su actitud defensiva, como si no percibiera el peligro en absoluto. Vestía un chaleco rojo desabrochado, dejando su pecho al descubierto, junto con unos pantalones cortos y sandalias gastadas por el uso.
Pero lo que más llamó su atención fue el sombrero de paja que llevaba en la cabeza, ladeado de manera descuidada. A Kira le pareció ridículo, y sin embargo, había algo en él, en su postura relajada, en la confianza despreocupada con la que la miraba, que la hizo fruncir el ceño.
-¿Qué quieres? -preguntó Kira, su voz amenazante.
-Fue muy amable de tu parte darle tu comida a esos niños -dijo el extraño con un tono despreocupado, como si estuviera afirmando algo obvio.
Kira parpadeó, sin saber cómo reaccionar-. ¿Y qué?
El chico rió, como si hubiera escuchado algo divertido-. Bueno, no todos hubieran hecho eso. Pero tú lo hiciste, a pesar de que también estás hambrienta.
-Sí, buena observación -dijo Kira, poniendo los ojos en blanco.
-¡Únete a mi tripulación! -exclamó el chico cuando la vio comenzar a alejarse.
Kira frunció el ceño y se giró para mirarlo con escepticismo-. ¿Qué tripulación? -preguntó, recorriendo el lugar con la mirada.
El chico se llevó una mano a la nuca con aire despreocupado-. Bueno, aún no tengo una... ¡pero la tendré!
-Entonces vuelve cuando la tengas -espetó Kira.
Se dio media vuelta y siguió caminando, convencida de que la conversación había terminado ahí. No tenía intención de seguir perdiendo el tiempo con un desconocido, y mucho menos con uno que parecía tomarse todo con tanta ligereza.
Sin embargo, no había dado más de unos pocos pasos cuando escuchó el sonido inconfundible de sandalias golpeando el suelo tras ella.
Los pasos del chico la siguieron sin dudar, y Kira frunció el ceño al acelerar el ritmo, esperando que él entendiera la indirecta. Pero no lo hizo. El chico continuó siguiéndola con la misma energía despreocupada, como si la conociera de toda la vida.
-¡Soy Monkey D. Luffy! -se presentó con entusiasmo. Kira no respondió, pero eso no lo detuvo-. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
-No es asunto tuyo -murmuró Kira sin mirarlo.
-Vaya, ese es un nombre raro -dijo el chico, Luffy.
Kira puso los ojos en blanco. Podía sentir su presencia justo a su lado, caminando con la misma energía de siempre, como si ya fueran amigos de toda la vida.
-¿Siquiera tienes un barco? -preguntó Kira con sarcasmo.
-Bueno, todavía no -respondió Luffy-. Pero eso cambiará muy pronto.
-Entonces, no tienes ni tripulación, ni barco -Kira soltó una risa seca-. Vaya.
Definitivamente era un lunático.
-¡Pero tendré ambos! -le aseguró Luffy-. Solo es cuestión de tiempo. Sabes...
Kira intentó ignorarlo mientras él seguía parloteando sobre su sueño de encontrar el One Piece, lo divertido que era el mar, lo mucho que comería cuando encontrara un buen restaurante, lo que haría con su tripulación y muchas cosas más sin sentido.
Ella apenas le prestó atención, lo único en lo que podía enfocarse era en llegar al puerto donde tenía su bote escondido. Con cada paso que daba hacia el muelle, su ansiedad aumentaba, pero en cuanto puso un pie sobre la madera, un escalofrío recorrió su espina dorsal.
Su bote no estaba.
El escondite donde lo había amarrado solo tenía una soga cortada flotando en el agua. La madera astillada en el muelle indicaba que alguien lo había soltado a la deriva o, peor aún, lo había robado.
Kira apretó la mandíbula, sintiendo la ira burbujear en su interior. Sus manos se cerraron en puños, y un nudo en el estómago le apretó la respiración.
No podía ser. Era imposible que alguien hubiera descubierto su escondite, nadie sabía de ese lugar... o eso pensaba.
-¿Qué pasa? -preguntó Luffy, aún cerca, su tono despreocupado y curioso.
Kira lo miró por un instante, y la furia en su rostro no pudo disimularse-. Se llevaron mi bote.
Luffy parecía pensar que era una broma, pero al ver la expresión de Kira, su rostro se apagó un poco.
-¿Se lo llevaron? -repitió, sin entender del todo.
-Sí, lo robaron, o alguien lo soltó -Kira se agachó, mirando las astillas en el suelo, las huellas de algo que había sido arrastrado.
Aquel bote era lo único que tenía para salir de la isla. Y ahora que lo habían robado, estaba atrapada allí. Kira levantó la vista y observó el horizonte, como si buscara alguna señal de lo que hacer. Pero lo único que le ofrecía el mar era su calma, una calma que solo la ponía más nerviosa.
-No puede ser -susurró Kira, escaneando el agua con la esperanza de que solo lo hubieran movido.
Detrás de ella, Luffy dijo-: Bueno, parece que no tienes opción más que venir conmigo.
Mierda.
Bạn đang đọc truyện trên: TruyenTop.Vip