01 | UN CUERVO

Winterfell era el lugar favorito de Edeline Stark. Y no, no era porque había nacido y crecido allí.

A pesar de haber visitado varias regiones de Westeros, no había ningún lugar que se pudiera comparar con la belleza del Norte. El aire fresco, impregnado de la fragancia a pino y tierra húmeda, el frío que calaba los huesos pero que, de alguna manera, se sentía reconfortante. Todo en el Norte era vasto, libre, y sobre todo, real.

Dentro de los muros de Winterfell, había un rincón al que Edeline siempre regresaba: el Bosque de los Dioses. Era un lugar que, para muchos, podía parecer sombrío y lejano, pero para ella, no había espacio más cálido. No era solo el silencio que reinaba allí, ni la majestuosidad de los árboles antiguos que se alzaban como guardianes del lugar, sino la sensación de estar conectada con algo mucho más grande que ella misma.

El Bosque de los Dioses estaba lleno de rostros tallados en los troncos de los árboles, rostros de dioses olvidados que, para Edeline, nunca estuvieron realmente ausentes. En sus visitas solitarias, se sentaba frente al gran árbol de los dioses, el más antiguo de todos, cuyas raíces se extendían hacia las profundidades de la tierra como si quisieran conectar el cielo y la tierra misma.

Allí, en su silencio, Edeline podía meditar, dejar que sus pensamientos fluyeran sin las distracciones del mundo exterior. Encontraba una paz que no había en ningún otro lugar. Ni en las vastas salas del castillo, ni en los imponentes muros de las fortalezas que había visitado en sus viajes por el Sur, había algo que pudiera igualar esa sensación de serenidad.

Esa era la verdadera razón por la que Winterfell era su lugar favorito: porque en él, Edeline encontraba un refugio donde su alma podía descansar, lejos de los dilemas del mundo.

En ese momento, mientras el sol comenzaba a ponerse detrás de las colinas, teñiendo el cielo de tonos rojizos y dorados, Edeline se encontraba sentada bajo uno de los árboles. A su alrededor, la quietud del lugar la rodeaba, y solo el suave susurro del viento moviendo las hojas rompía el silencio.

Eso fue hasta que una voz la forzó a abrir los ojos.

—Madre.

Se giró rápidamente para encontrar a sus hijos a tan solo unos metros de ella. Con una sonrisa en su rostro, Edeline se levantó de su posición y caminó hacia ellos.

Fue durante la Rebelión de Robert cuando Edeline conoció al padre de sus hijos, Howland Reed. En el lapso de unas semanas, se hicieron cercanos, compartiendo una relación breve pero intensa, un consuelo mutuo en un mundo lleno de caos. El fruto de esa relación fueron sus gemelos, Eddrick y Lyarra, quienes ahora tenían 15 años.

La paternidad de sus hijos se mantuvo en secreto durante mucho tiempo, conocida solo por unas pocas personas, entre ellas su hermano Ned. Sus hijos no sabían quién era su padre, y aunque había sido doloroso para Edeline mantenerlo oculto, sabía que no tenía otra opción. Tenía que protegerlos, y por esa razón nunca mantuvo contacto con Howland.

Aunque ambos eran bastardos, concebidos fuera del matrimonio, Ned Stark asumió la responsabilidad de protegerlos a pedido de su hermana. Tan pronto como nacieron, los legitimó, permitiéndoles llevar el apellido Stark en lugar de Snow.

Edeline le agradecía profundamente por ello, aunque eso no detenía la crueldad de algunas personas hacia ellos.

—Mis dulces niños —dijo Edeline, parándose frente a ellos.

Eddrick hizo una mueca, sus mejillas tiñiéndose de color—. ¡Madre! Ya no somos niños.

—Siempre serán niños para mí, mi pequeño lobo —dijo Edeline, tocando su mejilla suavemente.

Eddrick era el mayor, y el parecido con su padre era impresionante; su rostro serio y sus rasgos marcados lo hacían casi una copia de Howland Reed. Lo único que había hereado de Edeline era su cabello oscuro, que caía en ondas suaves sobre su frente. Era un joven callado y observador, siempre atento a lo que sucedía a su alrededor.

Edeline se giró hacia su hija—. ¿Qué pasó? ¿Por qué no estás en tus lecciones, mi estr...?

—Madre —la interrumpió Lyarra, cruzándose de brazos—, sabes que odio ese apodo

—Lo siento, Lya —dijo Edeline—. ¿Qué haces aquí?

Lyarra se encogió de hombros—. La lección de costura es estúpida —miró a su hermano—. Edd me ha estado ayudando a practicar con mi daga.

Edeline suspiró—. Lya, sabes que no me molesta que aprendas a luchar. Pero hay responsabilidades que no puedes evadir.

—¿Por qué no? —preguntó Lya—. Tú lo hacías todo el tiempo. El tío Ned me contó como solías escaparte de tus lecciones para espiar sus entrenamientos. Dice que por eso eres tan buena luchando.

Lyarra adoraba cuestionar cada pequeña cosa que su madre decía. Era la más joven por tan solo dos minutos, pero su personalidad era completamente opuesta a la de su hermano. Lyarra era fuerte, decidida e independiente, rasgos similares a los de su tía Lyanna, quien también había sido conocida por su carácter firme y su determinación. Con una postura desafiante y una mirada intensa, Lyarra no temía alzar su voz ni a cuestionar las normas. A diferencia de su hermano, los rasgos característicos de los Stark eran lo único que había heredado.

—Bueno, tu tío dice la verdad —respondió Edeline—. La única diferencia es que yo no tenía permitido luchar, mientras que tú sí puedes. Y si quieres continuar con ello, tendrás que cumplir con tus lecciones.

Lyarra puso los ojos en blanco—. Como sea.

—Te lo dije —susurró Eddrick, mirando a su hermana.

—Cállate, Edd —dijo Lyarra, empujándolo suavemente.

—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Edeline, interviniendo la pequeña pelea.

—Capturaron a un desertor de la Guardia de la Noche —explicó Eddrick—. El tío Ned dijo que puedo acompañarlo solo si tú me lo permites.

Edeline asintió—. ¿Quién irá?

—Rodrik Cassel, Robb, Jon, Theon y Bran —respondió Eddrick.

—¿Bran? —repitió Edeline—. ¿Por qué? Es muy joven para presenciar una ejecución.

—Eso es lo que dije —dijo Lyarra.

Eddrick se encogió de hombros—. El tío Ned lo creyó necesario.

—Entiendo —dijo Edeline, suspirando—. Bien, mi pequeño lobo, puedes ir.

—Gracias, madre —dijo Eddrick, sonriendo. Se acercó para besar su mejilla, y luego se giró hacia su hermana, plantando un beso en su frente—. Las veré luego.

—Ten cuidado —murmuró Lyarra, viéndolo partir.

Eddrick asintió antes de darse la vuelta y caminar hacia la salida, dejando a Edeline con Lyarra. Aunque la idea de enviarlo a presenciar una ejecución no era algo fácil para Edeline, sabía que ya tenía la edad suficiente para comenzar a enfrentarse a las duras realidades del mundo. Como sobrino de Ned Stark, tenía responsabilidades que cumplir, y no podía protegerlo de la crudeza de los asuntos de la Casa Stark para siempre.

Además, Eddrick había soñado desde joven con convertirse en un Explorador, y su camino hacia la Guardia de la Noche no podía comenzar sin conocer las formas de la vida en el Norte.

Girándose hacia su hija, Edeline plasmó una sonrisa suave en su rostro—. Bien, Lya. Es hora de volver a tus lecciones.

Lyarra dejó escapar un gruñido—. Ugh, madre, por favor. Cualquier cosa menos las lecciones.

—Lo siento, Lya, pero no hay forma de que escapes de tus responsabilidades hoy —dijo Edeline—. Además, estarás con Sansa y Arya. Sé que te diviertes con ellas.

—Lo hago —admitió Lyarra—. Al menos cuando Sansa no se comporta como una completa dama y me delata a mí y a Arya cada vez que escapamos de nuestras "responsabilidades".

Edeline soltó una risa suave—. No me sorprende que Arya sea la que te anime a escaparte —respondió—. Pero no puedes evitar tus lecciones, Lya. A veces, las responsabilidades son necesarias, aunque sean aburridas.

Lyarra suspiró—. Lo sé, lo sé... pero eso no significa que me tenga que gustar.



Más tarde ese día, Edeline se encontraba en el patio del castillo, disfrutando por un momento del aire fresco tras una larga reunión con el maestre Luwin y Catelyn. El clima se había tornado un poco más frío, pero la noticia que había recibido momentos atrás la mantenía demasiado inquieta como para notarlo.

Un cuervo había llegado desde Desembarco del Rey con un mensaje urgente: Jon Arryn, la Mano del Rey, había muerto tras una fiebre repentina. La carta no entraba en demasiados detalles, pero la verdadera importancia del mensaje residía en lo que vendría después. Robert Baratheon viajaría a Winterfell en los próximos días, acompañado por la reina, su hijo mayor y sus consejeros más cercanos.

Edeline conocía lo suficiente a Robert como para saber que no haría un viaje tan largo sin una razón. Si estaba dispuesto a atravesar medio reino para llegar al Norte, solo podía significar una cosa.

El sonido de las grandes puertas abriéndose llamó su atención. Cuando alzó la vista, vio a su hermano avanzando por la entrada, acompañado por sus hijos, Theon y Eddrick.

En cuanto Ned vio a su hermana, se acercó a ella—. Edeline, ¿cómo estás?

—Muy bien, mi Lord —respondió Edeline con un tono burlón.

—Vamos, sabes que no necesitas llamarme así aquí —dijo Ned, abrazándola.

—Lo sé —rió Edeline—. Con que un desertor, ¿eh?

Ned suspiró—. Sí. Al parecer, su motivo es que vio un Caminante Blanco.

—¿Un Caminante Blanco? —repitió Edeline, arqueando una ceja—. Vaya, eso es...

—Imposible de creer —terminó Ned por ella.

Edeline se encogió de hombros—. No lo sé. No suena tan descabellado.

Los Caminantes Blancos pertenecían a las antiguas leyendas del Norte, cuentos de terror que se le susurraban a los niños para que obedecieran. Se decía que eran criaturas de hielo y muerte, seres que surgían de la oscuridad más allá del Muro y traían consigo el invierno eterno. Pero hacía miles de años que no había señales de ellos, y con el paso del tiempo, su existencia se había convertido en poco más que un mito.

Nadie en su sano juicio creía en los Caminantes Blancos. Nadie, excepto los más supersticiosos... y Edeline.

—Por supuesto que dirías eso —murmuró Ned, rodando los ojos con resignación.

Edeline se limitó a esbozar una sonrisa. Siempre había creído que las viejas historias escondían algo de verdad, que no debían ser descartadas tan fácilmente. Después de todo, los mitos no surgían de la nada.

—Bueno, si alguna vez existieron dragones, no veo por qué los Caminantes Blancos serían la excepción —comentó ella con tranquilidad.

—Supongo que tienes razón —dijo Ned.

—Como siempre —dijo Edeline, sonriendo—. De todos modos, Catelyn está buscándote.

Ned asintió—. Ah, bien. Iré a buscarla —comenzó a alejarse—. ¿Te veo más tarde?

—Por supuesto —respondió Edeline.

En cuanto se giró hacia las puertas, su mirada se posó en Robb y Theo, que avanzaban con cautela por el patio, cada uno cargando entre los brazos lo que parecían ser pequeños cachorros de lobo huargo. A su lado, Bran caminaba con pasos ligeros, incapaz de disimular la amplia sonrisa que se dibujaba en su rostro al observar a las diminutas criaturas.

—¡Tía Edeline! ¡Mira lo que encontramos! —espetó Bran mientras se acercaban a ella.

—Vaya, Bran —dijo Edeline, observando los lobos huargos que cargaban.

—¿No son increíbles? Encontramos uno para cada Stark, ¡incluso Jon tiene uno! —exclamó Bran.

Robb rió—. Bien, Bran, creo que la tía Edeline lo entendió.

—Eso es muy emocionante, Bran —dijo Edeline—. Estoy segura de que Arya y Sansa estarán igual de fascinadas.

—Definitivamente —dijo Robb, girándose hacia Bran—. ¿Por qué no las buscamos y...?

Ni siquiera había terminado de hablar que Bran ya había echado a correr en busca de sus hermanas. Edeline negó la cabeza divertida—. Bueno, ahí tienes tu respuesta —dijo, sonriéndole—. Los veré luego, chicos.

—Adiós —dijo Robb, comenzando a alejarse.

—Nos vemos, mi Lady —añadió Theon antes de seguirlo.

Con eso, Edeline caminó hacia donde se encontraban Eddrick y Jon. Ambos estaban en una esquina del patio, observando cómo el pequeño lobo blanco en los brazos de Jon intentaba lamerle el rostro, moviendo sus patas con torpeza.

Jon y Eddrick eran inseparables, casi como hermanos. Tal vez porque compartían un mismo peso sobre los hombros: ambos eran bastardos y entendían mejor que nadie el dolor de no encajar del todo, la necesidad de pertenencia que cada uno veía reflejada en el otro.

Sin embargo, Edeline sabía que, de los dos, Jon era quien más sufría. A diferencia de Eddrick, que al menos no tenía una figura materna que lo despreciara, Jon creció bajo la sombra del desdén de Catelyn. No importaba cuánto intentara comportarse con honor o demostrar su valía, la esposa de su padre jamás lo vería como algo más que una mancha en su hogar. Esa frialdad lo mantenía siempre al margen, haciéndolo sentirse aún más solo.

Y quizá por eso, Edeline lo quería tanto. Porque veía la soledad en sus ojos, porque entendía el anhelo de pertenecer. Porque sabía que, aunque Jon nunca lo admitiría, necesitaba cariño tanto como cualquiera. Por eso siempre intentaba darle un lugar donde pudiera sentirse aceptado.

También se había asegurado de que sus hijos entendieran aquello. Desde pequeños, les había enseñado que Jon era parte de la familia, que merecía respeto y afecto tanto como cualquier otro Stark. No permitiría que lo vieran con los mismos ojos con los que Catelyn lo miraba, fríos y llenos de resentimiento. No. Sus hijos debían ser mejores. Y por suerte, lo eran.

—Nunca vi un lobo tan hermoso como este —dijo Edeline en cuanto se detuvo frente a ellos.

Jon sonrió—. Yo tampoco.

El lobo de Jon era un albino, con un pelaje completamente blanco y unos ojos rojos e intensos, lo opuesto a los que cargaban Robb y Theon, cuyos cachorros presentaban una mezcla más común de grises, negros y blancos en sus pelajes.

—Qué lástima que no hubiera más —dijo Eddrick, cruzándose de brazos—. Me habría encantado tener uno para mí.

—Por favor, primo —replicó Jon con una sonrisa ladeada—. Conociéndote, habría muerto en menos de cinco horas.

Eddrick jadeó, fingiendo indignación—. ¡Cómo te atreves, Snow! Podría haberlo cuidado perfectamente.

—Lo siento, mi pequeño lobo, pero Jon tiene razón —murmuró Edeline—. Habrías olvidado al pobre animal en cuanto apareciera algo más que llamara tu atención.

—Vaya, madre, me siento profundamente traicionado —dijo Eddrick, llevándose una mano al pecho.

Jon puso los ojos en blanco—. Siempre tan exagerado.

Edeline soltó una risa suave—. En fin, Jon, ¿por qué no dejas a tu lobo con los demás por ahora? Luego, tomen un baño y vengan a buscarme. Estoy segura de que Ned querrá compartir las noticias con todos.

—¿Noticias? —preguntó Jon, entrecerrando los ojos.

Edeline asintió—. Un cuervo ha llegado desde Desembarco del Rey.



























Espero que les haya gustado este primer capítulo. ¿Qué opinan de  Edeline, Eddrick y Lyarra?

Bạn đang đọc truyện trên: TruyenTop.Vip